Un pueblo desmemoriado es por lo general un pueblo indolente, despreocupado y hasta ignorante. Un pueblo sin sentido de pertenencia ni visión colectiva, incapaz de entretejer una ética del cuidado del otro o de participar en la construcción de un destino que a todos corresponde por igual restaurar. Un pueblo a la deriva que siempre espera que “el Gobierno” sea quien le dé, lo guíe y lo lleve por los caminos que ellos no saben encontrar, identificar o forjar juntos.
Grandes pueblos occidentales lograron despertar conciencias y cambiar el rumbo de su historia. Manifestaron una memoria colectiva que les indujo a no soportar siempre lo mismo y lucharon por romper los paradigmas que idiotizan a las masas humanas y que les impide analizar los efectos de un pasado ingrato y un presente igual, para movilizar las fuerzas que propician un cambio real, a la medida de la conciencia colectiva que piensa, decide, acepta y rechaza.
Pero la memoria colectiva, como fuerza de impulso para conservar lo valioso y transformar lo no deseado, hacia la mitad del siglo pasado no había sido siquiera considerada por los psicólogos en el ámbito social. Hoy, confusa en el abigarramiento de las redes sociales, no termina de integrarse y se dispersa por la falta de una conciencia social complementaria.
Los procesos de la memoria colectiva son productos sociales, políticos y culturales que se circunscriben a marcos temporales y espaciales. Si no la consideraban como un área de estudio social, no desaparece el contenido de experiencias significativas que descansa en el marco de la reflexión y el análisis para comprender e interpretar los acontecimientos sociales.
En realidad «la memoria colectiva posibilita un análisis consistente y sustancial de fenómenos que aparentemente surgen de la nada o como novedades», que parten de un conocimiento psicosocial del pasado, con ingredientes nacionalistas hostiles, conflictos étnicos, geopolíticos, movimientos contestatarios y de protesta, xenofóbicos, globalifóbicos. (Jorge Mendoza, El conocimiento de la memoria colectiva, Tlaxcala, 2004)
Maurice Halbwachs, francés asesinado por los nazis, escribe un análisis (hoy clásico) de las clases sociales para llegar al estudio de “Los marcos sociales de la memoria” (1925) que va de lo «lejano» a lo «cercano», y el libro póstumo “La memoria colectiva” (1950), que nos resulta raro que no hayan fructificado en otras investigaciones sobre el tema.
Halbwachs revela a qué construcción arbitraria se abandona un grupo o una nación (Europa entre las dos guerras mundiales) cuando quieren hacer de su historia una «doctrina», que rompe la vida económica y acentúa la estratificación y la división en clases, haciendo más sensible la relación entre la imagen que uno se hace del hombre y del mundo, y el lugar limitado que ocupa esta imagen en un conjunto organizado. El autor no pudo comparar esto con lo que sucedió después de la Segunda Guerra Mundial.
En la construcción social de la realidad y la interacción social del lenguaje y el conocimiento de la vida cotidiana, se recurre a testimonios para fortalecer o invalidar, pero también para completar lo que sabemos acerca de un acontecimiento del que estamos recabando información por varios medios.
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