Gilberto Nieto Aguilar
El 25 de octubre pasado, antes del artículo mil, dijimos que la evolución del cerebro humano es un tema fascinante no solo dentro de la comunidad científica, si no entre la población en general. En los cerebros primitivos de los primates humanoides, los organismos poseían estructuras cerebrales muy simples, como el cerebro reptiliano, responsable de las funciones básicas de supervivencia, como el control de la temperatura corporal, la regulación del ritmo cardíaco y las respuestas instintivas.
No es extraño que para conocer mejor el funcionamiento de nuestro cerebro, los científicos acuden al método comparativo y estudien algunos animales como simios, monos, carnívoros, roedores, aves y anfibios, puesto que el encéfalo de todos ellos pone de manifiesto el mismo plan básico, con algunas características distintivas, suficientes para cuestionar la razón por la cual el ser humano está en la escala superior del orden animal (“Psicología biológica”, Rosenzweig, Leiman y Breedlove, Ariel, Barcelona).
El tamaño del cerebro, incrementado significativamente en el desarrollo evolutivo de los homínidos hasta llegar al homo sapiens, es asociado por lo común con el aumento de la capacidad cognitiva. Pero el tamaño no es el único factor que determina la inteligencia o las capacidades cognitivas, sino también la organización y la estructura del cerebro.
La plasticidad es la disposición del cerebro humano a ser moldeado por influencias y exigencias externas, tales como el contexto ecológico, familiar, social y cultural. Esta neuroplasticidad es la capacidad de cambiar y modificar su estructura y funcionamiento a lo largo de la vida. Recientemente los científicos han descubierto que el cerebro humano tiene mayor plasticidad que los de nuestros parientes más cercanos.
Posiblemente el proceso de evolución y humanización del cerebro lo convirtió en un órgano único y diferente, con un desarrollo complejo que ha involucrado cambios genéticos, diferencias en la maduración neuronal, la contribución de múltiples genes, una gran plasticidad y mayor almacenamiento en la cavidad craneal. Además, alcanzó una organización estructural de tejidos y circuitos en segmentos y regiones específicas que le permitieron al ser humano alcanzar notables capacidades cognitivas.
Algo más que puede parecernos curioso, es que los científicos conocen la evolución antropológica del cerebro, diseccionan su anatomía, tejidos y circuitos; miden pulsaciones y reacciones a estímulos externos, ordenan y clasifican las diversas áreas, etiquetan sus funciones, conocen sus reacciones químicas y podemos pensar que lo saben todo, pero ellos mismos reconocen que no saben cómo funciona el cerebro, cuando entra en contacto con la sociedad y la tecnología, las situaciones y las decisiones, aspiraciones y ensueños, conductas y personalidad, y cundo debe enfrentar el enorme panorama de los desafíos ante la vida.
Hace milenios los desafíos eran de sobrevivencia: escapar de los predadores, encontrar comida, guarecerse de la intemperie, cubrirse y cuidar a su prole. Hoy, la ciencia que tanto amamos, nos coloca trampas. La sociedad se ha desarrollado de tal manera que hay quienes usan esa ciencia para acumular riquezas y la misma ciencia ha creado la tecnología que busca uniformar el pensamiento, limitar su expansión, manipular a las masas humanas estupidizando su forma de pensar y coartando la imaginación creativa.
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