Gilberto Nieto Aguilar
La falta de una educación cuidadosa o la poca atención que se presta a las cosas cotidianas del mundo y de la vida, pueden dificultar la transición de un pensamiento simple a un pensamiento complejo. Este cambio implica abordar problemas de manera más amplia e integrada, considerando múltiples perspectivas y aspectos sobre un asunto o tema, para llegar a una comprensión más profunda y completa.
Para lograrlo, es necesario desarrollar habilidades de pensamiento que permitan reintegrar y superar los enfoques simplistas, como el desarrollo de la capacidad de abordar sistemas complejos, múltiples o compuestos; comprender la interconexión de conceptos; integrar la simplicidad y la complejidad en un diálogo dinámico; superar el hábito de simplificar, mutilar, reducir; fomentar en uno mismo la dialógica y la autorreflexión (diversas fuentes en temas de filosofía).
Algunas actitudes y procesos que pueden ayudar en este cambio sobre la forma de pensar podría ser que, cuando se enfrente un problema, se le vea desde varios puntos de vista o perspectivas; se analicen pros y contras sobre un asunto; una reflexión crítica sobre las propias ideas; usar la creatividad para buscar soluciones; buscar patrones en la forma común de pensar; resolver crucigramas, algunos rompecabezas o juegos de acertijos.
El pensamiento simple se caracteriza por abordar problemas de manera directa y sin complicar los análisis, mientras que el pensamiento complejo involucra la capacidad de visualizar la red de interacciones entre diferentes elementos. Ambos pensamientos no se oponen, más bien pueden integrarse y el pensamiento simple superarse cuando resulta insuficiente, ineficaz, mutilante o simplificador (José Luis Solana R., Gazeta de Antropología, 35 (2) 2019).
El pensamiento simple suele ser lineal en tanto que el complejo se desarrolla en redes y suele ser radial, reconociendo la multidimencionalidad y diversidad de los fenómenos, buscando respuestas no únicas, sino múltiples posibilidades, alejándose de las verdades institucionalizadas o estandarizadas, únicas, donde ya no hay nada qué pensar. (R. S. Arce Rojas, Revista Sophia No. 29, 2020)
Desde otro enfoque, el libro que nos presenta Adam Grant resulta relevante cuando nos habla de reconsiderar los pensamientos y actualizar los puntos de vista divergentes, para lo que nos pone el ejemplo de la forma de pensar de un predicador, un fiscal, un político y un científico. Los predicadores no necesitan pruebas y suelen actuar por fe, buscando persuadir. El fiscal suele basarse en las
pruebas pero ataca y condena la actitud del enjuiciado. El político define su discurso por la fe, busca su acomodo, convencerte y suele atacar al contrario. El científico, en cambio, también se basa en pruebas y experimentos, pero reconsidera su forma de pensar poniendo en duda lo que está aprendiendo. (A. Grant, “Piénsalo otra vez”, Ed. Culturales Paidós, México, 2021, págs. 33-56).
Ser científico de profesión –continúa Grant más adelante– no garantiza que su pensamiento sea sólo el de un científico. Podría presentar sus teorías como si fueran el Evangelio (predicador) y creen que una crítica reflexiva es un sacrilegio. Su pensamiento es político cuando cambia de opinión según las conveniencias del momento que afectan su popularidad. Entra en “el modo fiscal” cuando se empeña en culpar y desacreditar a otros teóricos (Op. Cit. p. 42).
Por último, cito la frase lapidante de George Bernard Shaw cuando dice que “El progreso es imposible sin el cambio, y aquellos que no pueden cambiar de opinión no pueden cambiar nada”.
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