La sociedad actual cuenta con sensacionales medios para disponer de información. Desde que se inventó la radio y más tarde la televisión, la comunicación comenzó a ser posible en tiempo real en gran parte del planeta. Todo tipo de información comenzó a fluir asombrando a las personas de la primera mitad del siglo pasado. Las costumbres de una población eran conocidas en los confines del orbe con sólo interesar a las empresas de la comunicación, compartidas en el idioma de los oyentes, con avances que rápidamente se desplegaron.
Al final del siglo pasado, comenzó la revolución digital con las NTIC (Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación, como comenzó a llamárseles). El escritor, sociólogo y economista español Manuel Castells Oliván acuñó el término «Era de la Información» en su trilogía del mismo nombre subtitulada “La sociedad red”, “El poder de la identidad” y “Fin de Milenio”, publicadas al final de la década de los 90.
Sobre este fenómeno de masas, el propio Castells escribe en su trilogía: «Una revolución tecnológica, centrada en torno a las tecnologías de la información, está modificando la base material de la sociedad a un ritmo acelerado. Las economías del todo el mundo se han hecho interdependientes a escala global, introduciendo una nueva forma de relación entre economía, Estado y sociedad en un sistema de geometría variable»
Proféticas palabras. En el presente siglo el desarrollo de las tecnologías sufrió una vertiginosa evolución (también las ciencias médicas, la biología, la física, la química). La comunicación y la información hoy no es problema para casi nadie, con sólo tener un dispositivo. Sin embargo, también, como casi todo lo creado por el hombre y la dispar evolución humana, es motivo de segregación, marginación, exclusión, discriminación para cientos de millones de personas.
El fenómeno de la excesiva globalización se refleja, entre muchísimas cosas, en el número de idiomas que han venido disminuyendo en el mundo de modo progresivo. «La tasa de extinción de las lenguas es hoy más elevada como no lo había sido nunca antes». (C. Aydon, 2011, p. 467). Muchas de las lenguas aún existentes las hablan pequeños grupos que, además, suelen ser de edades avanzadas.
Así que la mitad del planeta utiliza tan solo diez idiomas para establecer comunicación, transferir la información y elevar su nivel de interacción (C. Aydon). La introducción de la computadora personal en la década de los ochenta y el
desarrollo de Internet en los noventa transformaron el proceso de intercambio de información de manera tan radical, que podríamos afirmar que hoy vivimos en un mundo muy diferente de aquel que existía hace menos de cuarenta años. Los adultos mayores lo pueden confirmar.
Nos ahogamos en información. El problema que existe es que la información puede ser transferida pero el conocimiento no, porque éste tiene como condición esencial el involucramiento epistémico del sujeto cognoscente. Debe tener gran capacidad de aprendizaje autogestivo y tiempo para seleccionar y discriminar la información, sus fuentes, la veracidad, la confiabilidad, la viabilidad, para que pueda utilizarla como insumo aplicable en aquello que ocupa al sujeto, ya sea en su trabajo o en su vida cotidiana.
El otro problema es el hábito absorbente y la dependencia de los dispositivos y las redes sociales. Para la gente que obtiene de las redes sociales básicamente la información que a diario maneja en su mundo relacional y de trabajo, no sólo es bastante pobre y poco confiable, sino que deja misérrimos espacios para la reflexión, la asimilación de valores, formas de vida y convivencia social con personas de carne y hueso que están presentes frente a él o ella. Es un problema que induce a la adicción.
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