Muchos temen a la muerte. Pero es un proceso natural y todos tendremos que ver partir a varios seres queridos y más tarde o más temprano, cada uno de nosotros también tendrá que emprender el vuelo hacia el arcano incognoscible de la muerte. Es una ley natural todavía no violada por los seres humanos. Una reflexión que no debe separarse de la vida: “uno sobre la vida y el más acá; otro sobre la muerte y el más allá. Vida y muerte se entrelazan y hermanan entre sí; por eso han de ser pensadas conjuntamente”. (Juan Noemi Callejas, teólogo chileno.)
Este fin de semana se festejó a los muertos. Se hicieron remembranzas de las tradiciones prehispánicas, adulteradas con el correr de los años y la globalidad que inunda como el agua las superficies geográficas que toca. En el mundo prehispánico la vida y la muerte eran parte de una misma realidad, águila o sol de una misma moneda.
En el tiempo la muerte se ensombreció y surgió el temor sobre lo incierto que parecía el más allá. Las razones religiosas no satisfacían el misterio y algunos escritores la hicieron tema de sus novelas acrecentando con sus fantasías la imaginación del pueblo. Hasta hace poco, la carencia de luz en los pueblos y la imaginación popular abonaban al temor colectivo. Hoy, la luz eléctrica, las series de la televisión y el cine han robado sabor a las historias pueblerinas fantasiosas compartiéndolas con la ficción alienígena, tecnológica y futurista.
La muerte es un hecho concreto. Los humanos llegan, viven una existencia azarosa y salen del panorama de los vivos para dar paso a otros que continúan haciendo las mismas cosas. El esfuerzo intelectual, científico, cultural de unos pocos sobrelleva el destino de muchos otros, pues trazan el camino del progreso, el desarrollo y los cambios grandes y pequeños. De esos otros, muchísimos, mueren tras una vida rutinaria y sólo serán recordados por sus parientes y amigos más cercanos.
Después vendrá la nada, como ha ocurrido con los miles de millones desaparecidos en la entrañas de la tierra. En febrero de 2012, Wesley Stephenson de la BBC News, se planteaba esta pregunta «¿Hay más vivos o muertos?». Planteaba que la población mundial alcanzó los 7 mil millones de habitantes en octubre de 2012, según la ONU. Y hacía la pregunta de cuál sería la cifra de todos los que habían vivido antes que nosotros, pues se especulaba que había más gente viva que la que podría haber existido hasta entonces.
Es difícil que se pongan de acuerdo los entendidos en la materia para establecer fechas, grado de evolución en el homo sapiens y suponer escenarios donde las fuentes claras no existen. Es cierto que en las últimas décadas el crecimiento de la población ha sido increíble, pero la comparación es contra miles de años.
La muerte es una experiencia desconocida, parte de un proceso natural que nos aguarda, donde se acaba nuestra comprensión racional y sobreviene la percepción sensible y de fe de cada quien. Como dice Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos), la muerte, la memoria y el olvido es una pena cuando la naturalidad de un fallecimiento es por vejez; y algo distinto si ocurre en la juventud o es causado por la violencia.
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