La teoría de la evolución de Charles Darwin transformó nuestra visión de la historia de la vida en el planeta y, junto con ella, la manera en que nos vemos a nosotros mismos, a nuestros orígenes y a nuestro lugar en el mundo. Galileo había dicho que no éramos el centro del universo, Darwin que descendemos del mono y Freud encontró que ni siquiera somos dueños de nosotros mismos, de nuestras reacciones y emociones, inconscientemente influidas por el entorno.
En un principio fue el caos. Pero del caos se originó la vida, tal vez impulsada por una inteligencia superior. Tuvieron que pasar miles de millones de años para que una enorme bola de rocas incandescentes al fin apareciera y reunieran las condiciones para que, algún día, convertida en planeta, albergara la vida terrestre. Pero en la ciencia, “el caos” adquiere un nuevo significado que ha abierto una avenida inmensa hacia la ciencia de la complejidad.
En el sentido físico y matemático (determinista) no es un desorden total ni se debe a la ausencia de reglas. Por el contrario, lo interesante del caos determinista es que puede apreciarse todavía en los caprichos del estado del tiempo, en las variaciones de los ritmos del organismo, en un determinismo disfrazado de azar. Por ello es que, en la década de los ochenta, después de la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, algunos aclamaron que las teorías del caos y la complejidad habían iniciado la tercera gran revolución de la ciencia. (S. de Régules, “Teorías del caos y la complejidad”, Batiscafo, España, 2016).
Nuestro planeta, dicen los científicos, existe desde hace unos cuatro mil quinientos millones de años, unos nueve mil millones de años después del famoso Big-Bang repartidor de la materia y la energía que da nacimiento a lo que conocemos como universo, gobernado por la física. La vida quizá apareció como microorganismo hace unos tres mil ochocientos millones de años, dando paso a la biología y comenzando la historia y hegemonía de la vida en un recorrido interesante de animales diversos estableciendo su predominio sobre el planeta. Quizá los dinosaurios sean los más famosos, desaparecidos hará unos 65 millones de años.
Varios animales gobernaron por decenas de millones de años y luego otras especies más fuertes, mayores en tamaño, o más inteligentes, los extinguieron. Por ejemplo, los dinosaurios poblaron la tierra entre 140 y 180 millones de años. Hicieron sentir su hegemonía por un periodo muy extenso y no hubo otra especie que los extinguiera, si no que fue el sabio equilibrio de la naturaleza quien les envió un meteorito gigante para que de un día para otro, desaparecieran.
Nosotros no somos nada en la línea histórica de la vida. Apenas hará unos dos millones y medio de años que el género Homo apareció en África. Representados en diferentes especies, se extendieron lentamente por Europa y Asia. Los neandertales hace apenas medio millón de años que aparecieron y el hombre moderno, los Homo sapiens, apenas unos 200 mil años.
Hay quienes aseguran que al lado de los neandertales coexistieron al menos otras 20 especies humanoides. Lo cierto es que, despojados de herramientas de guerra y defensa para enfrentar el entorno agresivo y violento, los homos pudieron sobrevivir por su capacidad cognitiva, de análisis y razonamiento, que les permitió dominar su entorno.
Esa gran cualidad le ha hecho no sólo dominar la naturaleza, también la está destruyendo, porque, como nota mala, está considerado como el más grande depredador de todos los tiempos. Mata por gusto, destruye por descuido, le interesan más las ganancias que preservar la vida. No está llamado a dominar al planeta por varios millones de años más.
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