El mundo se está convirtiendo en una caverna igual que la de platón: todos miramos imágenes creyendo que son la realidad. El lenguaje de la política suele ser el lado más oscuro de la Caverna, llena de ocultas intenciones, de palabras con doble sentido, incomprensible al ciudadano común, quien sólo busca en los dobleces del mensaje político la esperanza de un mañana mejor, de un amanecer distinto.
La retórica del poder intenta convencer y persuadir, o desviar y desalentar. Rara vez invita a la deliberación, al debate, a desentrañar la problemática que aqueja, a buscar pros y contras, las oportunidades y peligros en algunos de los campos de la agenda de gobierno, pues parece que a los gobernantes no les interesa que el pueblo crezca en su participación ciudadana.
Así ha sido durante muchas décadas, incluso siglos. En un artículo publicado en El País, Javier Salas expone: “El estudio de cientos de miles de discursos de las últimas décadas en varios países indica que el habla de los líderes pierde complejidad y pensamiento analítico”. (El lenguaje de la política degenera hacia la simpleza, 26/febrero/2019).
El escritor inglés Samuel Johnson solía decir que el lenguaje es el vestido de los pensamientos. Al parecer, los políticos que acceden al poder por vía elección o designación, tienen como denominador común la falta de preparación, cultura, visión del cargo y experiencia, evidente en la falta de argumentación de su discurso y, sobre todo, en los hechos de muchos de ellos.
El mismo Samuel Johnson expresa que para poder enseñar a todos los hombres a decir la verdad, es preciso que el hombre aprenda a escucharla. Pero el político vive en un paraíso de ensueño lejano a la realidad y la verdad. Asegura Javier Salas que en el caso de Donald Trump “no sería un accidente, sino un escalón más abajo de una tendencia descendente hacia la simplificación del habla en la política”.
El presidente del país líder utiliza la demagogia y el discurso racista, intolerante, estigmatizante, con la pretensión de seguir levantando muros que entorpezcan la comprensión humana, la paz, la solidaridad y la tolerancia entre las personas y entre los países. John Searle, célebre por sus contribuciones a la filosofía del lenguaje, expresó: “Si no puedes decirlo claramente, se debe a que tú mismo no lo entiendes”. Pero la política es la excepción que confirma la regla.
Los mensajes nacionalistas y populistas –comenta Kayla Jordan, autora principal de la investigación referida en “El país”–, expresados de manera informal, en estilos narrativos y con tintes sentimentales, han ganado terreno en el discurso político. La falta de argumentos para sostener las ideas hace que los políticos prefieran descalificar a sus opositores, en lugar de establecer el diálogo.
Después de todo, algunos quizá no tengan gran cosa para comunicar, o quieran esconder las verdaderas ideas que bullen en sus cerebros. Lo cierto es que resulta muy difícil formarse una idea clara sobre sus personas a través del mensaje oficial que manejan, y los hechos, lamentable para el público en general, son distorsionados por los analistas y expertos en las distintas ramas que conforman el ejercicio de gobernar.
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