El último tramo de la conversación con Don Gerónimo el 16 de junio pasado versó sobre la política en México. Mi amigo expresó:
–En todas partes la política tiene reglas no escritas que van más allá de los controles jurídicos de pesos y contrapesos. En países como el nuestro, de mando único, de mesías sexenal, de poder sobreconstitucional, de presidencialismo evidente y de tendencias irrefrenables a sostener un partido dominante, el ambiente queda expuesto para el desarrollo de la impunidad y la corrupción. En México esto se ha logrado inclusive por encima de la oposición.
“El Presidente de la República y los gobernadores de las entidades, ambas figuras en sus respectivos ámbitos de responsabilidad y competencia, están muy por encima de los poderes legislativo y judicial. El Presidente es Jefe de Estado, jefe de Gobierno, jefe de la Administración Pública, jefe del Ejército, árbitro –muy malo, por cierto– de la lucha entre Capital y Trabajo, y líder natural del partido político que lo postuló. Su palabra pesa en el Congreso y en el Poder Judicial o de lo contrario recurre al soborno. Y para colmo, la mexicanísima subordinación hace que se acepte todo lo que al señor Presidente se le ocurra”.
–Parece usted abogado.
–Simplemente cultura popular, profesor, al alcance de cualquiera.
–Déjeme decirle, Don Gerónimo, que desde 1972 el politólogo mexicano Daniel Cosío Villegas dijo que casi todos los mexicanos, más o menos instruidos, tienen opiniones definidas sobre la política y los políticos del país, que deberían «llamarse “impresiones” y no opiniones, pues son marcadamente subjetivas, es decir, hijas del temperamento de quien las emite, de su visión personal y del círculo de sus relaciones inmediatas».
–¡Újule! Pues ese señor ya me amoló. Pero usted no me va a negar que el sistema mexicano es envolvente, asfixiante, aniquilante de la libertad de gestión o iniciativa desde la función pública. El poder ejecutivo está por encima y en contradicción con la excesiva normatividad que existe provocando una gran ineficacia del aparato burocrático.
“La cascada de disposiciones oficiales –muchas de ellas incoherentes y sin utilidad práctica– baja por los rangos de la administración pública sembrando su
ineficiencia, su ineptitud y alejamiento de la realidad, con funcionarios de diversos niveles divorciados de los pomposos planes sectoriales de cada sexenio y, por lo tanto, sin contribución a las raquíticas agendas públicas”.
–No me atrevería a negar lo que usted afirma, pero también tenemos que reconocer que existen muchas cosas buenas, porque si no las hubiera, el país no crecería y se hundiría en la debacle.
–Cierto. El pueblo es noble y creativo para resolver su entorno. Aspira a lo mejor, aunque casi nunca lo logra como un estado natural de ser. Hay que esforzarse en el día a día por revisar nuestra cotidianeidad pues siempre existe algo qué agregar, modificar o de plano cambiar. En el gobierno ocurre lo mismo. Este proceso es necesario y el pueblo debe estar presente, participando conscientemente en los cambios que dicten las aspiraciones colectivas.
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