Hace muchos años, al terminar la secundaria, compré un librito en edición económica titulado “Sócrates”. Quedé fascinado después de leer esa pequeña apología, ese panegírico del personaje defensor del pensamiento que busca la verdad, el bien, la virtud y la moral. Personaje de la plaza pública, de las multitudes, no pregonaba verdades irrefutables: dialogaba.
Los temas que discutía en los lugares públicos son temas que aún están vivos, son cuestiones que en más de dos mil quinientos años no han pasado de moda, no han sido relegados al olvido, porque se refieren al ser humano en su esencia, a su naturaleza, a lo que es y lo que puede ser. Además, reflejan la inclinación humana, irresistible, hacia el conocimiento y el saber.
La humanidad se encuentra en la actualidad obsesionada por las exigencias del mundo moderno y teme perder su personalidad, impulsada a hacer sin pensar. Embelesada por la vida material, su espíritu se detiene para buscar una indagación personal respecto al mundo, la vida y su persona. Fue toda una proeza pasar del mito a la filosofía, del pensamiento místico o mágico al pensamiento racional. Sócrates y los griegos marcaron el inicio.
Sócrates nunca quiso escribir su pensamiento. Pensaba que la idea quedaba atada, inflexible, dogmática. Prefirió el diálogo en público y pasaba largas horas en el Ágora, los jardines de la ciudad, los gimnasios, cuestionando a los ciudadanos atenienses, a todo aquel que se atrevía a escucharlo o entrar en el debate de las ideas. No hay un testimonio directo de él, pero sobrevivió en el tiempo gracias a Aristófanes, Jenofonte y sobre todo Platón.
Platón, su discípulo, es el más destacado difusor de sus ideas y de su método, que pone a prueba todos los conocimientos –claros y latentes–, y la forma de razonar de su interlocutor. En los Diálogos y la Apología de Sócrates, Platón nos entrega testimonios importantes de gran calidad sobre la vida y pensamiento de Sócrates, mezclado con sus propias contribuciones a la naturaleza de los temas.
Sócrates fue el primer filósofo importante de la época ateniense y de la filosofía occidental, generalizada como Grecia Clásica, en donde el hombre era su propio objeto de estudio. Con Anaxágoras termina el periodo cosmológico al que pertenecieron Tales, Anaxímenes, Anaximandro, Xenófanes, Heráclito,
Parménides, Empédocles, Pitágoras, Leucipo (estudio preliminar de “Platón. Diálogos”, Editorial Porrúa, 1978), entre otros que seguramente ha leído o escuchado nombrar.
En la época de este personaje aparecen los sofistas, profesores elocuentes que recorren las grandes ciudades enseñando ciencias y artes con fines prácticos. Cobran por sus servicios, por lo que de ninguna manera Sócrates puede ser llamado sofista, puesto que él predicaba sus enseñanzas y ayudaba a que afloraran los conocimientos más recónditos sobre la naturaleza humana por el simple placer de buscar el saber.
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