Tenochtitlan o Tenochtitlán, tiene una grande historia. Independiente de las razones que indujeron a los expertos lingüistas para determinar si la palabra era grave o aguda (quizá porque el náhuatl es grave o tal vez porque los primeros textos no colocaban la tilde), nada puede opacar su grandeza y majestuosidad.
Cuentan los soldados que Cortés se quedó deslumbrado al contemplarla por primera vez. Pero el espíritu guerrero y conquistador que predominaba en aquella época, en cualquiera de los continentes, sellaron su sentencia. La gran metrópoli mexica debía ser conquistada. Entre más grande y más rica, la aventura era más apetecible para el espíritu dominador. Conquistar un imperio (los mexicas eran conquistadores de otros pueblos) no podía despreciarse.
Pasó lo que era natural en aquel siglo. Aunque nos duela porque eran nuestros ancestros, si no hubiesen sido los españoles, hubiesen sido los portugueses, los ingleses o los franceses. O tal vez alguna otra potencia europea. La lenta evolución del hombre para adquirir respeto por sus iguales es algo por lo que aún se lucha hoy, a pesar de los esfuerzos desde siglo XVIII. Los hechos revelan la cruel realidad.
El sueño de Alejandro Magno vive más de dos mil años después en el corso y el desquiciado austriaco, en las luchas asiáticas y africanas del siglo XX y en la independencia de colonias americanas. ¿Qué nos sorprende entonces? ¿No fue la ambición del obsesionado austriaco la que detonó la Segunda Guerra Mundial, hace apenas 80 años? ¿Cuál fue el origen de la Guerra Fría? ¿Y del muro de Berlín?
Imposible imaginar que los aztecas cruzaran el océano para conquistar Europa. Sus tiempos llevaban otros ritmos y sus aspiraciones eran más locales. No eran mejores ni peores. Simplemente eran otras realidades, otras visiones del mundo, otros momentos de su historia. Tampoco podemos presumir que eran respetuosos de la territorialidad de sus vecinos. La famosa alianza del pueblo tlaxcalteca lo confirma.
El mundo ha sido así. Violento e irrespetuoso. Sanguinario a veces. Acudiendo al llamado de la selva. Por sobre los intentos de los grandes pensadores que iluminan a la humanidad, que la inspiran sobre un mundo mejor. Y ha sido muy difícil a través de varios siglos de evolución, sentar las bases de una paz estable y duradera, de respeto entre las naciones y de aceptación de los Derechos Humanos. Como pregonó el filósofo inglés Thomas Hobbes: “El hombre… ha sido lobo del hombre”.
El Imperio Tenochca fue un pueblo mesoamericano con una rica y compleja tradición religiosa, política, cosmológica, astronómica, filosófica y artística, que se mezcló con todo lo que eran los españoles, heredado también de quienes les habían conquistado antes. Como ocurrió en repetidas ocasiones en los “viejos continentes”, una cultura se mezcló con otra, cuando no la devoró.
Fuera los odios y rencores por algo que ocurrió hace 500 años. Era la mentalidad de la época. Lo inteligente es levantar la estirpe de lo que hoy somos, sin escudarnos en herencias culturales, prejuicios y pretextos para no enfrentar nuestros propios retos contemporáneos de ser cada día mejores seres humanos. El tributo a pagar a la historia… es la reconciliación con lo que hoy somos.
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