El primero de enero de 2001 muchas personas festejaron la llegada del siglo XXI. Otros ya lo habían festejado el año anterior ante una gran polémica sobre el inicio real del tercer milenio de nuestra Era. En diciembre de 1999 se habló muchos sobre “el efecto 2000” en todos los medios de comunicación. Se decía que al actualizar la fecha las computadoras sufrirían un colapso que podría llevar al mundo a un cataclismo financiero, científico e informativo. Todo fue una tremenda mentira que después de la confusión se comprobó.
Durante los años de la década de los noventa, surgieron comentarios desde todos los ámbitos imaginables exponiendo probables y descabellados efectos sobre el planeta y la humanidad. Se manifestó en todo su esplendor el sentido mítico del homo sapiens moderno. Pero al igual que el rumor de las computadoras, nada pasó. Ni en la noche del 31 de diciembre de 2000 ni en la noche del 31 de diciembre de 2001.
La ONU, por su parte, en 2000 celebró una asamblea general en la que estableció, junto con los países miembros, los Objetivos del Milenio (ODM) al que se unieron una serie de organizaciones internacionales apoyando su realización para el año 2015, con miras a reducir la pobreza extrema, las tasas de mortalidad infantil, luchar contra epidemias de enfermedades y fomentar una alianza mundial para el desarrollo. Con los Objetivos del Milenio, el mundo debía ser mejor.
Sin embargo, en septiembre de 2015, los líderes mundiales adoptaron nuevamente un conjunto de objetivos mundiales para erradicar la pobreza, proteger al planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible (ODS) para el 2030, con 16 objetivos y una alianza para el logro de los mismos. Para alcanzar esas metas, todo el mundo tiene que hacer su parte: los gobiernos, el sector privado, los medios de comunicación y la sociedad civil, es decir, usted y yo.
Es obvio que, a estas alturas, las formas de organización social adoptadas por los seres humanos no son las idóneas para el progreso pacífico de la humanidad entre sus semejantes y de la humanidad en la Naturaleza. Los grandes líderes mundiales quieren aparecer como los héroes, pero más bien son los villanos. La pobreza, la desigualdad, la salud (el Covid 19 todavía anda por ahí cobrando víctimas), educación de calidad, derechos humanos, energía no contaminante, trabajo y crecimiento económico, atención al clima y deterioro de los ecosistemas, paz (Ucrania), justicia e instituciones sólidas en todos los países, son parte de las aspiraciones de los ODS.
Los intentos de preparase para la llegada del siglo XXI comenzaron en la década de los noventa del siglo anterior, haciendo claros los problemas de alcance mundial, incluidos el desempleo, las viviendas, el terrorismo, la irracionalidad de algunos gobiernos, la voracidad y falta de ética del sector privado, las guerras fratricidas, la mala educación familiar y escolar, el calentamiento y deterioro veloz del planeta.
La globalización, las redes sociales y el mundo de la tecnología digital, son distintivos del siglo XXI junto a muchas cosas que permanecen calladas o invisibilizadas en el mundo científico de las ciencias de la vida. Como comenté anteriormente, la humanidad busca señales esperanzadoras para seguir viviendo. Aspira a mejores condiciones de vida y a un planeta sin peligro de extinción. Pero la humanidad es subordinada, depende de otras voluntades. No logra hacer escuchar su voz ante la fuerza de un mando civil, político o militar. Es un asunto complicado cuya solución se ve lejana... todavía.
gnietoa@hotmail.com
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