“La agresividad forma parte de la naturaleza humana. La violencia, en cambio, se aprende”, en Homo criminalis, de Paz Velasco.
Hace apenas 75 años (nada, en el calendario de evolución de la humanidad) se realizaron los más repulsivos crímenes de lesa humanidad, desde el seno de un supuesto país civilizado y culto. Desde ahí, el hombre fue capaz de realizar, los unos, y permitir, los otros, las más horrendas atrocidades y masacres de la historia, durante la Segunda Guerra Mundial.
Tres años y medio más tarde, visto y comprendido lo terrible de este actuar, se regresó y retomó al idealismo de la Revolución Francesa en su proclamación de los derechos humanos universales, como el antecedente revelado más de siglo y medio atrás, para lo que se llamó Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la ONU en diciembre de 1948 como respuesta a los «actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad» (https://www.amnesty.org/es).
Con todo esto, en este momento, tras 525 días de hostilidades, se le permite a la fuerza bruta y la ambición política y territorial de Rusia hacer su capricho de invadir un país pacífico como Ucrania, en la Era de la Información y del desarrollo sustentable; en la Era que tanto promueve y difunde los valores de la democracia, las libertades y los derechos humanos. Lo peor es que hay quienes lo justifican o piensan que es utópico, soñador e ingenuo pensar que esto no debiera estar sucediendo así, aquí y ahora.
Sin las ideas que desarrolló la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad), tendríamos pocos argumentos para criticar las injusticias de nuestros días, que siguen siendo muchas y no sólo en los países en desarrollo, sino en gran parte de Asia Central, Oriente Medio, África y Latinoamérica. Incluso Singapur, tiene un llamado de Amnistía Internacional porque «Es inaceptable que las autoridades sigan imponiendo ejecuciones implacablemente en nombre del control de drogas. No hay pruebas de que la pena de muerte tenga un efecto disuasorio especial…» dice la observación.
En su obra El Leviatán (1651), Thomas Hobbes usa la frase latina “Homo homini lupus” al referirse a una condición natural del hombre que lo lleva a una lucha continua contra los demás de su especie. La frase se usa a menudo para describir la idea de que los seres humanos son naturalmente agresivos y destructivos entre sí, y que esta agresión es una parte fundamental de la naturaleza humana.
En el pasar del tiempo, guerra tras guerra, colectiva e individualmente, el hombre destruye al hombre. Tal vez el viejo instinto de sobrevivencia nacido en el fondo de las cavernas, anida hasta nuestros días, irracional, reconvertido, violento, sin aceptar que es refrenable como muchos otros instintos. Lo que ha saltado a la discusión pública, al menos en el último medio siglo, es la destrucción de los ecosistemas, con lo que el hombre estaría ganándose a pulso el título del más feroz depredador de la historia fraguando la más vasta y contundente destrucción de la vida sobre el planeta Tierra.
¿Qué ocurre con esa gran capacidad del ser humano de pensar y razonar sobre él, lo que le rodea y lo que hace en medio de todo esto? Si la convivencia humana es como una selva y la agresividad es su instinto de supervivencia, hace mucho tiempo debió comprender que ahora es muy diferente a la prehistoria. La agresividad es un instinto que se debe autorregular y canalizar hacia mejores causas, mientras que la violencia muchas veces surge de la frustración, la insatisfacción y el miedo no controlados.
gnietoa@hotmail.com
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