He escuchado continuamente dos quejas en sentido contrario: una es “Estoy aburrido, no sé qué hacer”, y la otra “tengo demasiado trabajo, me estreso y me angustio”. Algunas personas han encontrado un saludable equilibrio y leen, ven televisión, hacen ejercicio, aprenden un idioma, consultan en YouTube noticias o sucesos que les interesan o acomodan las chucherías del viejo desván.
En el hogar siempre hay mucho qué hacer. Es popular la frase de que el trabajo de la mujer pasa desapercibido, no se aprecia. Las amas de casa continuamente se quejan de que la pareja y los hijos no reconocen su trabajo, muy importante y notorio cuando no se hace o se hace mal. Es una actividad que nunca termina. Fluye de continuo, mana de la cocina, de las paredes, de los pisos, de las recámaras, de los baños, del patio, de los niños, de las mascotas, de todas partes.
En los hogares se vive una situación parecida a la del entorno exterior: caos en el orden cotidiano, pánico por la economía, incertidumbre en la mayoría de los empleos, incomodidad ante el aislamiento. Es el reflejo de lo que existe afuera: la pareja no está en casa porque ambos trabajan, los hijos van a la escuela y, en los ratos libres, andan por ahí a la buena de Dios. Una o dos personas se encargan de que la casa funcione y todo permanezca en su lugar.
La permanencia en casa, sin los trabajadores domésticos y con los hijos en ella, hace que la pareja de la calle, laborista, acostumbrada a las actividades fuera del hogar, tenga que alterar sus costumbres y lidiar el azoro y todos los sentimientos que se vienen encima. Él y ella tienen que hacer los quehaceres de la casa. Si él es machista, su virilidad está en peligro y no le puede ayudar a ella, aunque eso ya nadie lo cree. Para estos antropoides es sólo un excelente pretexto para holgazanear sin responsabilidad.
Entre hago o no hago, conviene analizar un tema que se quedará en las mentes de todos cuando esta pandemia haya izado la bandera de la paz: el tiempo libre para construir lo que somos como personas y del que se dispone muy al azar. El tiempo libre es para desconectarse del ambiente laboral cotidiano, relajarse, vivir experiencias enriquecedoras que desplieguen habilidades y aptitudes, desarrollarse como personas, generar satisfacciones, potenciar la comunicación y los vínculos familiares.
No importa la cantidad del tiempo libre, sino la calidad del mismo. Para aprovecharlo, se tiene que recurrir a esa palabra odiosa: “planificar”, porque si se le deja al azar, el tiempo suele malgastarse. Entonces, planificar el tiempo con la familia y el tiempo personal con lo que queda libre, es una opción recomendable que todos necesitamos hasta para propiciar encuentros consigo mismo.
Es posible que las preferencias de la pareja y los hijos sean distintas. Eso hace que al planificar sean cuidadosos y se tome en cuenta la opinión de los demás. El tiempo en familia, más que libre, es una necesidad para el equilibrio armónico de todos. Un ejemplo común, el suministro de alcohol suele ocupar estos espacios, pero si no es costumbre de los padres, es probable que los hijos no lo consuman.
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