Cuando te piden escribir sobre un recuerdo importante en tu vida, seguro que escribe sobre un momento feliz que cambió tu vida. Pues ese es mi caso. Hace varios años descubrí el arte inspirador de la danza. Tenía 6 años cuando entré a la primaria, y anunciaron que podía asistir a talleres por la tarde. Escogí danza porque al maestro ya lo había visto con alumnos grandes y me decía “algún día estaré ahí”.
En mi primera clase estaba muy emocionada. Sabía que lo disfrutaría mucho y así fue. Desde el momento que entré al salón me sentí muy feliz. Cada clase se pasaba rápido y no veía la hora de regresar a la siguiente. Asistí durante semanas hasta que anunciaron que entraríamos a una competencia de baile nacional. Yo me sentía muy contenta, el equipo era muy unido y los padres se veían felices por sus hijos.
Trabajar en la coreografía fue complicado porque éramos pocos niños, pero eso no nos detuvo. Los padres ayudaron con los vestuarios y el maestro y los coordinadores de baile revisaron todo y prepararon el viaje al concurso hasta que una mala noticia nos llegó. Los organizadores de la competencia nos avisaron que debido al número de niños no podríamos participar. Imaginen lo triste que me sentí ¡Era mi primer concurso!
A pesar del mal momento, seguí con la danza, porque era como un refugio para mí. Al año siguiente fuimos invitados nuevamente y esta vez sí logramos concursar. Después de mucho tiempo de preparación, llegó el día anhelado. Todos estábamos muy emocionados, había cámaras por todos lados, carteles de los patrocinadores, entrevistadores ¡Me sentía como una estrella!
Llegó el momento de bailar; escuchamos los aplausos del público y todo era algarabía. Era el mejor momento de mi vida. Después de que todos participamos, anunciaron a los ganadores: ¡Obtuvimos el primer lugar! Me sentía muy orgullosa del equipo y de mí, por obtener ese lugar en la primera ocasión que concursábamos.
Pero, claro, no todo fue color de rosa. Había momentos en que me sentía mal cuando no me salía bien las cosas, o cuando el profesor me regañaba. Era bastante exigente y algunas veces llegué a llorar. Pero yo pensaba que él era así porque quería sacar lo mejor de nosotros. Como las competencias continuaron, hubo muchos procesos de preparación y a veces surgían disgustos con los padres que tratamos de resolver de la mejor manera.
Nuestra última competencia fue en marzo de 2020, antes de que comenzara la pandemia. Los meses pasaron y cuando todo regresó a la normalidad, yo estaba en la secundaria. Ya no continué con el mismo equipo y entré a la academia de danza de mi antiguo profesor. Ahí estuve un año y realizamos una presentación en honor a Elvis Presley. Disfruté del proceso pero al terminar el semestre, ya no regresé a la danza.
Decidí salir porque me invitaron a formar parte de un equipo de voli-bol. No es un adiós definitivo a la danza; tal vez regrese algún día. Pero por ahora sólo disfrutaré de los recuerdos que me dejó el baile, de esta etapa que fue tan bonita e importante en mi vida.
Aimara Carrión Arroyo |
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