Es justo reconocer el esfuerzo educativo que están realizando alumnos, maestros, padres de familia, directivos y autoridades educativas, en ese orden, bajo las condiciones sanitarias y de prevención provocadas por la pandemia del Covid 19. Las medidas llevadas a cabo desde el 20 de abril hacia acá, ante la rápida propagación del coronavirus, reflejan la realidad inequitativa que viven muchos estudiantes fuera de las aulas.
El contingente estudiantil es un foco de transmisión peligroso para una sociedad por el hacinamiento de niños y adolescentes en los recintos escolares, donde se reúnen estudiantes de todas partes, con diversos tipos de hábitos y costumbres, en una suma de todo lo que esto significa, y luego se distribuyen de regreso al hogar. Una operación diaria cuya posibilidad de contagio es amplia, pues el ir y venir se convierte en un proceso de alto impacto. Por eso detener las clases fue una de las primeras medidas que tomó el Gobierno Federal.
Al concluir la semana pasada el periodo vacacional, se pidió a los docentes establecer una serie de actividades, según el programa de cada asignatura, para que los chicos las desarrollaran en casa. El uso de las tecnologías permitiría la interacción entre sí a la mayoría de la comunidad escolar, y las tareas educativas podrían ser retroalimentadas y supervisadas por los docentes.
Pero las cosas se complicaron, primero, porque el señor Covid ensanchó perezosamente su permanencia sin decrecer la curva de contagios, y el aislamiento se extendió mucho más allá de lo previsto. Segundo, la poca habilidad y compromiso con el uso de los medios y las TIC como auxiliares didácticos y, tercero, la falta de internet y la escasez de equipo inteligente entre muchos niños –incluso entre algunos docentes–, convirtió esta tarea en una verdadera odisea.
La relación alumno-padres es primordial para estimular a los educandos en el cumplimiento de sus deberes. Y, a veces, no se da la confianza y el interés suficiente. Si alguno de los padres consiente al niño o joven para que no haga sus trabajos escolares, realmente lo perjudica. Deben estar pendientes de que se apliquen en sus deberes y por ningún motivo permitirles salir de casa, aun cuando no cuenten con Internet en su hogar.
En estos casos hay tareas manuales y están los libros, la radio y la televisión. Lo importante es que los estudiantes no olviden que cada día deben aprender algo
nuevo y los padres apoyarlos para que dedique a ello el tiempo necesario. La SEP y la SEV han enviado excelentes materiales de apoyo a los docentes, mismos que casi todas las escuelas particulares ya utilizan. Pero las escuelas públicas viven otras condiciones económicas y una inscripción diferente.
El porcentaje de alumnos y maestros de escuelas públicas trabajando a distancia es amplio, pero tal vez no sea el que todos queremos. Representa un gran esfuerzo frente a la preocupación de llevar la escuela a casa, lo que significa enfrentarse a la tecnología o conectividad necesarias para el aprendizaje online. Esta situación termina por iluminar la realidad de los muchos otros roles que la escuela requiere además de lo académico.
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