No recuerdo dónde ví una notita breve sobre la contaminación y la destrucción del ecosistema terrestre. El mensaje era preocupante y turbador, pues pedía que no sufriéramos por La Tierra. Ésta tiene alrededor de 4 mil quinientos millones de años de existencia y seguramente superará en un tiempo para ella corto toda la destrucción y daños al ecosistema que hemos ocasionado. El planeta superó, durante miles de millones de años, cataclismos enormes desde formarse por la colisión y fusión de fragmentos de rocas espaciales, ser un cuerpo ígneo que se enfrió, impactos de meteoros, conformación de las capas tectónicas, glaciaciones, hasta convertirse en una esfera en movimiento capaz de albergar vida.
Lo alarmante es que decía que, por lo que habría que sufrir y ocuparse, es por la especie humana cuya existencia pende de un hilo cada vez más delgado. El ser humano no ha sabido combinar el progreso tecnológico creado por él mismo con el respeto a la naturaleza y a su hábitat. La humanidad tiene los años contados por esa autodestructiva torpeza de sentirse un Dios superior a la naturaleza. Realmente la aparición del hombre sobre la faz del planeta es de apenas ayer. Pero el efecto de su presencia ha sido devastador sobre todo en los últimos años. El planeta está enfermo y el virus se llama “humanos”.
El planeta es inmensamente bello y maravilloso. Los animales de las grandes sabanas africanas o las exuberantes selva amazónicas, compañeros de los grandes felinos y cantidad de especies menos llamativas, dentro de poco tiempo sólo serán historia, y se les conocerá en fotografías, pinturas o reconstrucciones computarizadas, antes de que desaparezcan. Tienen razón los científicos que aseguran que no hay que preocuparse por la destrucción del ecosistema planetario, porque La Tierra tiene la capacidad de renovarse, sin limitaciones de tiempo.
Lo que ellos no dicen, quizá por intereses monetarios o compromisos políticos, es que se reconstruirá después de que el virus que la aqueja haya desaparecido o se haya autodestruido. Es decir, que nosotros somos el virus destructor y el más grande depredador que ha existido, porque no atacamos con nuestras armas naturales, sino con la tecnología “inteligente” que compite contra los elementos que integran la naturaleza.
El pasado 15 de noviembre de 2022, según estimaciones de la ONU, la raza humana alcanzó la cantidad de 8 mil millones de habitantes. Si consideramos que en 1950 apenas éramos 2 mil quinientos millones, veremos que en 70 años hemos triplicado y más esa cantidad, alcanzando una cifra que jamás había existido al mismo tiempo sobre el planeta.
Algunos optimistas señalan que esta cifra podría descender, pero lo que más se necesita no es una esperanza predictiva, sino grandes cambios de actitud y de objetivos de los gobiernos, una mentalidad de interés por el planeta; comprensión, respeto y amor por la vida y por el medio ambiente en que se dan las condiciones adecuadas. Las personas de todo el mundo deben sacrificar algunas supuestas comodidades cambiando responsablemente de hábitos, y reflexionar hasta dónde podemos llegar si esto sigue igual.
El secretario general de la ONU señaló que “es un recordatorio de nuestra responsabilidad compartida de cuidar el planeta y un momento para recapacitar, entre los gobiernos del mundo y su población, por qué todavía no cumplimos con estos compromisos mutuos.” Pero la mayoría de los gobiernos del mundo responden a estímulos políticos, intereses sectarios, economía mundial y moda tecnológica, sin analizar con “inteligencia humana” la supervivencia del homo sapiens y de la vida en general.
gnietoa@hotmail.com
|
|