En 1970 tenía 17 años y cursaba segundo grado en la Normal Rural de El Mexe, Hidalgo. Acababa de llegar a esta escuela procedente de la Normal Rural de Perote, después de que Díaz Ordaz decretó el cierre de la mitad de las instituciones que le dieron vida a la educación rural durante los años intermedios del siglo XX.
Los candidatos a la presidencia eran Luis Echeverría Álvarez por el PRI y Efraín González Morfín por el PAN, ambos partidos políticos enemigo irreconciliables en aquel entonces. Después de la matanza de Tlatelolco, se concedió el voto a los jóvenes de 18 años, aunque en la escuela comentamos que la razón de la ciudadanía era para poderlos encarcelar por el delito de disolución social cuando hicieran mítines de protesta.
Echeverría nos visitó en el internado. Quería aparentar simpatía por la izquierda. El director de la escuela nos formó ordenadamente para recibirlo y nos entregó unas pequeñas bolsas llenas de confeti que algunos compañeros sustituyeron por gravilla fina, pero Echeverría soportó estoicamente el castigo. González Morfín no nos visitó, pero a él se le veía como representante de las élites de derecha más acendradas.
Verdad o no, eran las versiones que corrían por el internado. En virtud de que las votaciones se llevaron a cabo al concluir el año escolar, llegué a mi pueblo antes del domingo 5 de julio, señalado para la votación. En El Higo, los obreros del ingenio azucarero se aprestaban a votar. Mis padres me dijeron que gracias a ellos el PRI barría en las elecciones y con el tiempo supe la función adicionada al corporativismo.
El proceso electoral fue típico, sin competencia real, aunque con cierta inquietud por los recientes hechos de 1968. En cuanto a lo demás, éste había sido el modelo de elecciones desde 1950, con una barredora completa para el PRI. Entre lo que recuerdo de aquellos años fue que Echeverría daría la apariencia de simpatizar (de palabra, porque nunca de hechos) con las causas socialistas, pero los estudiantes dirían que era rojo por fuera y blanco por dentro.
Años más tarde tuve la oportunidad de conocer decenas de libros que relataban sus andanzas y su “ideología”. Tuve que reconocer que fue un hombre muy polémico e inquieto, al grado de ocasionar la emisión de tantos volúmenes dedicados a su persona. En ellos se comentaban un mar de anhelos por reelegirse, obtener el Premio Nobel de la Paz, ocupar una alta investidura en la ONU o ser el líder de los países del Tercer Mundo. Pero arrastraba ante la opinión pública nacional e internacional la complicidad en los hechos de Tlatelolco 68 y, recién iniciado su
mandato, el “halconazo” del 10 de junio de 1971, veinte días antes de que mi generación egresara como profesores de educación primaria.
Promocionó una “apertura democrática” incorporando a jóvenes para contener la agitación estudiantil y la creciente formación de guerrillas. Decretó la amnistía para los presos políticos, el cierre de Excélsior. Ocasionó la inflación y la disparidad del peso con el dólar; la represión y las protestas sociales. Pero un problema de ayer y hoy ha sido el voto ciudadano. No ir a las urnas es dejar que pase cualquier cosa y el mexicano debe ser dueño de su destino político. Algún día.
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