Es difícil imaginar a nuestros más cercanos ancestros, el Neanderthal y el Homo Sapiens, percibiendo y gobernando su vida intelectual y su conciencia, en un mundo mucho más simple que el de ahora, aunque seguramente más difícil. La supervivencia era la prioridad, según los historiadores, y hacia “eso” dirigían su inteligencia.
El historiador israelí Y. N. Harari en la introducción de su libro “21 lecciones para el siglo XXI” expone «cómo los humanos podrían terminar convirtiéndose en dioses, y cuál podría ser el destino último de la inteligencia y la conciencia». El libro fue publicado en 2018 y seis años después (2024) el debate sobre la Inteligencia Artificial (IA) está en su apogeo y legislándose, por fin, en la Unión Europea.
En medio de ambos extremos, de la evolución lenta pero progresiva del homo Sapiens como vencedor final sobre el Neanderthal en las lides de la sobrevivencia, y el bastante cercano Homo Deus que nos describe Harari en otro de sus libros, está el hombre del siglo actual, la especie que domina el planeta al cual ha poblado bastante bien gracias a los avances y comodidades de la ciencia y la tecnología.
¿Qué ha creado el Homo Sapiens que aspira a ser Homo Deus? Tecnología para dominar la naturaleza, la biología genética, la capacidad innata del cerebro humano. Uno de los muchos distintivos de este siglo es el cambio climático, en parte natural y en gran parte provocado, que no va a preocupar a la población mundial ni a las autoridades formales hasta que no perciban extensas áreas inhabitables, mayores oleadas migratorias por todo el planeta y una crisis mundial de atención sanitaria.
Las comodidades y el confort aportados por la ciencia y la tecnología, mantienen al ser humano inamovible, amodorrado y sin conciencia plena de lo que pasa en el mundo ni de su papel en esta historia. Ciencia, tecnología, política, economía, religión y arte son actividades que atraen la atención de pocas personas. La recreación, o tal vez deba decir “deportes” o “Internet y redes sociales”, es lo que atrae a inmensas masas humanas en un reflejo adictivo al que destinan grandes cantidades de su tiempo libre ─y aun laborable─.
Muy pocos celebran la sabiduría humana, y menos aún reconocen los límites y los efectos de la estupidez humana. Se ha perdido la capacidad de asombro ante lo que representan la ciencia y la tecnología y cada vez se está más lejos del saber heredado en las tradiciones de los ancestros y el aliento comunitario que encierran la religión y las filosofías que pugnan por comprender a la naturaleza como cobijo congénito del ser humano.
En los últimos cien años, la percepción del mundo y de la vida, la apreciación del espacio y el tiempo, la actitud hacia la naturaleza, el mundo creado y la otredad, han experimentado cambios significativos. Las dos guerras mundiales dejaron honda huella en la memoria y la psique colectiva como ejemplos de barbarie, necedad, ambición e ignominia.
Estos sucesos llevaron a muchas sociedades a conocerse mejor y a protestar contra las guerras regionales que no cesan de flagelar partes del planeta. Los derechos humanos tuvieron un despertar obligado para evitar más guerras, pero la economía, los prejuicios religiosos y étnicos, la ambición territorial y el poder político, ofrecen “razones” a las naciones que tienen el potencial armamentista.
Hay que reconocer que en los últimos cien años el hombre ha visto cambios importantes en sus expectativas y esperanzas de vida gracias al avance de las ciencias. La población mundial creció como nunca lo había hecho. Hace 50 años las computadoras y los celulares eran todavía ciencia ficción y ahora son de lo más común como lo será la IA en los años venideros.
gnietoa@hotmail.com
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