Es usual comenzar un nuevo año deseando, entre otras cosas, buena salud. Creo que es uno de los más importantes deseos que se le puede expresar a un amigo, un familiar o un conocido. Sin salud, no se puede continuar con la vida normal, porque la persona se desploma, se inmoviliza, se invalida en el concurso diario de las actividades que podría estar realizando. Sin ella, el mundo deja de girar y la persona se sumerge en un torbellino que le hace perder el control de su vida.
La salud es algo que por lo general no se valora hasta que se pierde. Pocas acciones realizamos para conservarla, cuidarla, mejorarla. Consideramos a la salud como algo que siempre debe estar allí, como algo que se renueva por sí sola, sin nuestro esfuerzo ni nuestro cuidado, como una regla natural inalterable y siempre a nuestro favor. Sin embargo, somos un ser vivo cuyo organismo se desgasta por las ocupaciones diarias y por el simple transcurrir del tiempo.
Imaginemos un auto nuevo. Nos dará un gran servicio mientras está nuevo y bien conservado. Pero el vehículo necesita mantenimiento en todo lo que podríamos equiparar como su “cuerpo”, y un suministro constante de energía para moverse por los lugares que necesitemos. Supongamos que no lo llevamos al taller para el mantenimiento. Comienzan a aflojarse los frenos; en la caja torácica, el bloque del motor se sedimenta, los cilindros se erosionan, las bielas y el cigüeñal se desgastan; la batería ya no almacena la energía eléctrica, y los amortiguadores, el clutch, la marcha, las luces también se deterioran, sin pensar que alguien pueda golpearlo, o sufrir una colisión.
Nuestro organismo, mucho más fino, es una maravilla natural. Tiene la facultad increíble de auto repararse, cosa que nuestro vehículo no. Pero esa facultad está condicionada por diversos factores como la herencia, el medio ambiente, el trabajo, los hábitos y formas de ser de las personas. Los hábitos son muy importantes porque incluyen la alimentación, la limpieza e higiene, el sueño y el descanso, la manera de reaccionar a los estímulos externos, sin olvidar los chequeos médicos periódicos.
La manera de reaccionar a los estímulos externos; cómo sentimos, percibimos, interpretamos la vida; qué pensamos de nosotros, cómo nos vemos, la manera positiva o negativa con la que comprendemos las cosas que suceden a diario. Cuando la salud falta, el enfermo y los familiares cercanos trastocan sus vidas y actividades cotidianas. Se afectan la economía y las responsabilidades laborales, apremiando una paradoja donde si no trabajo no genero ingresos; si no tengo dinero ¿cómo me curo? Los Centros de Salud, el IMSS y el ISSSTE son grandes apoyos para los derechohabientes, pero la población subempleada no cuenta con esta bendición.
Hay programas de ayuda a pacientes de escasos recursos, pero no cierran el círculo enfermo-atención-costos-trabajo-seguridad. Por ello, la salud es un tesoro muy apreciado que muchos parecen no valorar, pero cuyas dimensiones se agigantan cuando llega a faltar. Perder la salud puede cambiar el rumbo de una vida, volverla una carga pesada, un desgaste físico y económico, una historia sin fin y sin remedio.
La OMS la define de una manera muy breve con las siguientes palabras: «la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades». Entonces podemos ampliar su definición y considerar como elementos de una buena salud la posibilidad de desarrollo humano, el disfrute de la vida, el crecimiento moral e intelectual, la calidad e intensidad de vida, gozar lo que se hace y deleitarse de la convivencia con los demás.
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