A propósito del artículo de la semana pasada, sobre “la toma de decisiones”, hoy comentamos otro enfoque sobre ese asunto que usted ya pensó, y le pediré que lo piense otra vez. Adam Grant, en su libro “Piénsalo otra vez”, Paidós, México, 2021, considera que tener una mente abierta es una habilidad que se puede aprender para reflexionar sobre las decisiones más importantes de la vida y volver a pensarlas antes de la decisión final bajo un punto de vista más abierto y flexible, menos estrecho y cuadrado.
Dice la RAE que repensar es reflexionar, volver los pasos sobre lo pensado y hacerlo con mayor detenimiento, buscando otras opciones. Edward de bono nos diría que usar el pensamiento lateral es una buena opción. Pero lo que realmente importa de ponernos a repensar, es el acto de pensar sobre una cosa nuevamente antes de hacerla.
Cuando se habla de decisiones prudentes y razonablemente acertadas, se piensa en la inteligencia de las personas. Se cree que entre más inteligente es la persona, más complejos son los problemas que puede resolver y también más rápido puede encontrar una solución. Sin embargo, la inteligencia tiene varias facetas, y la persona responde a ellas, como las inteligencias intra e interpersonal, y en un concepto unido, la inteligencia emocional, que juega un papel importante en las decisiones que tomamos.
El autor menciona una capacidad cognitiva que puede llegar a ser muy importante: la posibilidad de reconsiderar las cosas y olvidar lo aprendido, para flexibilizar el pensamiento y la posibilidad de razonar y sentir desde ángulos que no han sido habituales. Algo que dificultad este proceso, es la pereza cognitiva, más frecuente de lo que a simple vista nos parece.
Si cada quien se cuestiona, hace del mundo un lugar más dinámico y activo; acorde con la necesidad de comprensión frente a la incertidumbre reinante en casi todos los renglones de la vida. Cuestionar el entorno obliga a reconocer que la realidad puede ser cambiante pues “algo” considerado correcto o adecuado puede sufrir modificaciones substanciales. “Algo” quizá inamovible como las creencias más profundas, evitan que veamos otras formas del mismo “algo” y afectan la manera de pensar, el criterio y las actitudes de las personas.
Alguien podría preguntar: «¿Y a dónde me lleva esto? Estoy en mi zona de confort» Pues ese es el punto. Si usted compra la nueva versión de iphone, cambia sus zapatos desgastados, renueva el guardarropa cuando las prendas pasan de moda o cambia las cortinas para que hagan juego con los muebles nuevos, ¿por qué entonces cuando se trata de sus conocimientos, sus pensamientos o sus opiniones, no está dispuesto a realizar cambios? Prefiere la comodidad de la convicción, a la incomodidad de la duda; y no deja que se debiliten las creencias frente a cambios constantes.
No todo cambio es bueno, eso es cierto. Ni tampoco el que muda de opinión constantemente está a la vanguardia. Se trata de abrir los espacios cerrados de la mente para que entre el aire fresco de la renovación. Hacerlo conscientemente implica un criterio definido y no hay riesgo de vaguedad o indefinición. Hay quien se ríe de alguien que utiliza Windows 95 pero se aferra a las ideas y opiniones que recibió ese año. Hay quien presta atención a las opiniones que le hacen sentir bien, pero no escucha las ideas que le hacen pensar de verdad. Así que, el desafío es reconsiderar nuestras suposiciones, y abrir espacios para nuevas ideas.
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