Cambian las estaciones del año conforme a la inclinación del eje terrestre y cada periodo tiene características climatológicas específicas, dentro de un ciclo que se repite incansable en los momentos determinados por el paso del planeta alrededor del sol. Los años pasan, la corteza terrestre y los recursos naturales sufren un desgaste lento y las transformaciones son apenas perceptibles para el ser humano común, lerdo y distraído.
Cada año, como una caja de almacenaje, se guardan las memorias del diario acontecer de la humanidad, como protagonista y observadora. Permite establecer fechas, enmarcar acontecimientos, conceder referentes a los sucesos que quedan para la historia. En estos intervalos, la Tierra recorre airosa las grandes distancias siderales bajo la sinfonía cósmica mientras los hechos de la especie humana quedan divididos en tramos que permiten su comprensión y comparación con otras épocas y latitudes, y en los diversos puntos geográficos. La evolución de la vida avanza en una secuencia de cambios progresivos que exigen adelanto, bajo la amenaza constante de la involución.
Cada año, también, se deteriora el ecosistema, se sobrecalienta la atmósfera, se deshielan los polos, se sobrecarga de gases letales el aire que envuelve al planeta, se contaminan las aguas, se encuentran razones para justificar la indiferencia y la inconciencia de las naciones, de los gobiernos, los científicos y las personas, ante el deterioro causado por la irresponsabilidad humana.
Cada 365 días el hombre acostumbra hacer balances de sus logros, de sus inventos, del desarrollo de la tecnología, del dominio que ejerce sobre la naturaleza en su propio provecho, pero no tiene la sabiduría para evaluar su participación en la calidad de vida, biológica y social, para construir acciones y cambios de actitud que impidan destruir el hábitat común de la humanidad y mejorar las formas de convivencia.
La secuencia acumulativa de eventos integra cada año un libro gigante de datos relacionados con los seres humanos, sus proezas, grandezas, guerras, economía, miserias, maldades y amores. Centenares de revistas y periódicos destinan cantidades enormes de páginas en resúmenes anuales y vaticinan, analíticos, las probables calamidades que nos esperan para los próximos días.
La crisis que nos deja el 2018, por ejemplo, se menciona en todas partes por la corrupción y el cinismo exagerado, en todos los ámbitos de la vida nacional. Por la
inseguridad creciente en las calles, comercios y hasta en los hogares. Se analizan las causas, se reflexionan posibles soluciones, se citan culpables y se revela la fraudulenta especulación, los desajustes de la producción, las grandes desigualdades sociales, la falta de ética en las operaciones de crédito y demás transacciones, como provocadoras de un enorme vacío de credibilidad que corroe las entrañas de la estructura gubernamental al comenzar el 2019.
En el mundo las personas abrigan la esperanza de un mañana mejor, tal vez como costumbre, como inercia, para no angustiarse ni paralizar el continuo de la marcha cotidiana personal y social. O tal vez para no plantearse la responsabilidad que tienen en el actual estado de cosas, prefiriendo crear semidioses buenos y malos con el nombre de Trump, de Andrés Manuel, de Maduro, de muchos otros que es lo mismo que subsistir negando la existencia, el instinto de conservación y la inquietud natural por aprender a contribuir en la transformación del entorno.
La pobreza y la ignorancia son el combustible de la violencia, el narcotráfico, la extorsión y el crimen. Se les guisa con autoritarismo, desigualdad, corrupción pública y falta de oportunidades. Los arroyos de sangre se convierten en ríos que arrastran los buenos propósitos y las formas de vida de una ciudadanía cada vez más golpeada por decisiones y políticas gubernamentales ineficientes y despreocupadas, donde cualquier cosa puede ser importante, menos el pueblo y la buena marcha del país.
La ignorancia y la marginación impiden el desarrollo social de los pueblos. México podría ser una nación próspera si sus instituciones jugaran un papel social y político más honesto, más equitativo, y trabajaran para incorporar en la participación nacional a la otra mitad de la población que no lo hace por ignorancia, pobreza o marginación. Si el gobierno dejara las simulaciones y las mentiras, si la población no consintiera estos estilos políticos, ni participara en gestiones deshonestas para obtener privilegios, tal vez podríamos comenzar a contemplar un nuevo amanecer entre la densa oscuridad que nos rodea.
gilnieto2012@gmail.com |
|