Poco a poco estamos viviendo y experimentando «el mundo del mañana», ese que nos han venido anticipando desde la década de los 90, con la predicción de muchos cambios en todas las disciplinas del saber y del hacer humanos, y de los estilos de vida. Algunos quizá no lo perciben así, pese a la obviedad del tema. O hay quienes se aferran a un pasado cada vez más lejano.
Para que los cambios avancen dentro de un equilibrio armónico, y no sean zonas de disparidades y privilegios o de marginación y rezago, es necesaria una política de igualdad en la diversidad y de reformas al sistema educativo para valorar lo que se debe enseñar y cómo se debe aprender en el transcurso de las siguientes décadas.
Muchas cosas están cambiando. El mundo del aprendizaje en línea es fundamental después de la educación básica, donde es más digital, relevante y revelador para quien gestiona su propio aprendizaje. Para aprender en línea es necesario desarrollar habilidades del pensamiento y competencias para gestionar el conocimiento o para aprender por sí mismo, además de un conocimiento básico en el uso de los equipos informáticos y del Internet.
Los procesos de adoptar la tecnología no se les puede dejar únicamente a los ingenieros en sistemas o a los informáticos, ni a los científicos del desarrollo de la inteligencia artificial. Tenemos que trabajar todos juntos y entender qué posibilidades creamos, y comprender cuáles son las necesidades en todas las disciplinas del saber y del hacer.
Entre varios puntos de vista, es interesante la visión hacia el futuro que sintetiza Zygmunt Bauman (Los retos de la educación en la modernidad líquida) sobre la condición del individuo en la sociedad de consumo del siglo XXI. Delimita con precisión los contornos de un estado de cosas en el cual los individuos, convertidos en consumidores, pierden contacto con todas las referencias ideológicas, sociales y de comportamiento que habían determinado su actuación en décadas anteriores.
En este nuevo orden la vida «se acelera» por la necesidad, casi obligación, de aprovechar tantas oportunidades de felicidad como sea posible, cosa que nos permite ser «alguien diferente» a cada momento. La identidad se construye por medio de accesorios comprados, que aparecen en el mercado en número que se
multiplica hasta hacerse incontrolable, al igual que la oferta de información con la que nuestro criterio es bombardeado desde todas partes.
Ello ejerce influencia sobre nuestra manera de relacionarnos con el saber, el trabajo y la vida en general. La educación, en la época de la modernidad líquida, abandona la noción de conocimiento de la verdad útil para toda la vida y la sustituye por la del conocimiento «de usar y tirar», válido mientras no se diga lo contrario y, por lo tanto, de utilidad pasajera.
Para Bauman (1925-2017), la formación básica no debería dedicarse meramente a memorizar datos, conceptos, fechas, acontecimientos y a una educación centrada en el trabajo, sino, sobre todo, a formar ciudadanos que recuperen el espacio público de diálogo y sus derechos democráticos, pues un ciudadano ignorante de las circunstancias políticas y sociales en las que vive, será totalmente incapaz de controlar su propio presente y menos su futuro.
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