El desgranar de la mazorca es el acto en que se van arrancando los granos del olote, que caen por la pendiente que los lleva a los demás, arrebatados de su génesis, de sus orígenes, de sus cimientos. Cada grano es un rostro, una historia, un familiar, un amigo que ha iniciado el camino sin retorno. Esto ha ocurrido constantemente durante más de 20 semanas como consecuencia de uno de los grandes daños –el mayor, sin duda– causados por el SARS-CoV-2, mejor conocido como Covid-19.
Fueron las víctimas fatales de un fenómeno viral, las vidas perdidas, el dolor detrás de la pandemia, de la cual se ha dicho mucho en sus orígenes pero poco se ha comentado sobre cómo habrá de terminar que no esté basado en sueños y contradicciones. Mientras, las listas de conocidos, amistades y familiares crecen cada día, extensas como no habíamos visto nunca. Todos percibimos cómo se desgrana la mazorca.
Tras la pandemia, el mundo quedará marcado con los estigmas de una experiencia colectiva que no tuvimos la capacidad de enfrentar. No comprendemos todavía los cambios positivos y negativos que sobrevendrán, pero estamos advirtiendo consecuencias en la economía, educación, medicina, lo social, familiar, cultural y político.
La educación en el aula es el hilo más delgado de lo más peligroso: los contagios. Por los hacinamientos, alumnos y profesores son el grupo de mayor riesgo a contagiarse y propagar el mal. Por eso en más de las dos terceras partes del mundo llevan la escuela a los hogares, una parte de plano ha detenido las clases y pocos son los que se han atrevido a regresar al aula, algunos sufriendo consecuencias desafortunadas.
A diferencia de los contagios masivos del pasado, hoy contamos con los suficientes conocimientos científicos e instrumentos tecnológicos para enfrentar y vencer la actual pandemia. La capacidad de cooperar con eficacia entre personas, grupos, comunidades y países puede ayudar mucho a debilitar el virus. Pero, dice el historiador israelí Yuval Noah Harari, «Más que el virus, me atemorizan los demonios que agitan el alma de la humanidad: el odio, la codicia y la ignorancia.»
Las habilidades generales en el uso de las tecnologías, la usanza del lenguaje visual, el autoaprendizaje, la capacidad de adaptación al cambio y el manejo de la
resiliencia, han sido elementos importantes que nos dejan material para repensar y reinventar al sector salud, los sistemas económico y educativo, y la organización de la sociedad y la familia. Se piensa cómo sería posible un cambio cultural que reemplace los viejos moldes políticos e ideológicos por criterios de política social, una mejor visión del mundo, conductas éticas, hábitos que no contaminen, formas de convivencia social en casa y en cualquier otro lugar.
La naturaleza, la biología y la hostilidad humana diseminaron su lado destructivo sobre los pueblos, las personas y el planeta. Vimos nuestra vulnerabilidad. Comprobamos que se necesita más que nunca la participación ciudadana informada y solidaria, el compromiso político con ética y responsabilidad social, espacios de desarrollo personal y laboral que propicien el crecimiento de la ciencia, las artes, la creatividad, encaminados a mejorar las formas de vida y la economía.
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