«Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes», escribió Isaac Newton en una carta dirigida a Robert Hooke en 1675. El mundo occidental (Europa y Norteamérica, principalmente) desde el siglo XVIII ha caminado a hombros de gigantes, con un amplio horizonte que ha permitido lentamente al hombre común (como usted o como yo) ir avanzando, cambiando y rompiendo varios paradigmas y esquemas fuertemente arraigados, a través de una serie de pequeños progresos que se alzan sobre los alcanzados con antelación.
Bajo esta idea, hacemos alusión a las obras del mismo título (“A hombros de gigantes”) escritas por dos grandes genialidades contemporáneas: Umberto Eco y Stephen W. Hawking, ambos fallecidos recientemente (2016 y 2018, respectivamente). Vale la pena mencionar que Umberto Eco, en su obra póstuma, dice que el aforismo de enanos y gigantes es bastante antiguo y utilizado en diversas formas desde el siglo XII (y aun antes) hasta Ortega y Gasset en su ensayo “En torno a Galileo” y Robert Merton en su libro “On the Shoulders of Giants” escrito en 1965. En su primera conferencia que da título al libro, su sentido es muy amplio y muy profundo y nos lleva por diversos vericuetos intelectuales y de gran erudición.
Más adelante, Eco dice que «las grandes revoluciones copernicanas del siglo XIX se remiten siempre a gigantes anteriores». Kant necesita a Hume; los románticos redescubren las brumas, el amor y los castillos medievales evocando a los caballeros andantes; Hegel, lo nuevo frente a lo antiguo; Marx relee toda la historia del pensamiento humano; Darwin escoge como gigantes a los grandes simios antropomórficos. Los comunistas, en su momento, subieron a hombros de Marx, Lenin o Mao.
Eco piensa que los enanos avanzamos a hombros de gigantes para ver más lejos en el basto horizonte del saber y de la interpretación de la vida. Del ser y del hacer, del entender para modificarnos y mejorar nuestra condición humana. A hombros de gigantes, como una simple frase, significa, cuando menos, 2,500 años de avances, de esfuerzos de gigantes por desentrañar al mundo para nosotros. Con todos los altibajos, con las mezclas geográficas que difieren tanto o más que las razas, las creencias y religiones, los tiempos perdidos, el oscurantismo, los horrores de la intolerancia, las hambrunas, la peste, las epidemias y la guerra entre los pueblos.
Hoy son tiempos de crisis radical del progreso, de dudas sobre la existencia misma de un mañana promisorio y de la obsesión identitaria que coloca a las utopías en el pasado, cuando las necesitamos con urgencia en el presente. Todavía despertamos con pesadillas extrañas, rodeados de alambre de púas, con enormes nubes en forma de hongo, sonidos de metrallas y cañones, gritos de angustia, enfermedades desconocidas e incontrolables, visiones de niños muriendo de hambre. ¿Son pesadillas? ¿Son sueños de males creados por el hombre que se reflejan desde el subconsciente?
La lucha desde el comienzo de la humanidad ha sido feroz. En nuestra época nos llena de orgullo el progreso alcanzado, pero la trascendencia de la tecnología que invade por completo los ámbitos del saber y el quehacer humanos, debe cuestionarse preguntándose hasta dónde limita el libre desarrollo de la vida y hasta dónde el hombre la pervierte. Estamos en el umbral de la inteligencia artificial, y el papel de la naturaleza y la inteligencia humana se cuestionan. Falta preguntarse si estas formas de progreso no han rebasado las posibilidades humanas y se vuelven contra nosotros; si resisten un análisis profundo de las consecuencias no deseadas. Las voces de los gigantes no deben perderse en el barullo insolente e insustancial de las redes sociales.
gilnietoa@hotmail.com
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