¿Es posible concebir la imagen de un hombre pensante, como la inmortalizó Auguste Rodin en el siglo XIX? ¿Cómo podría ser tal hombre o tal mujer en la sociedad contemporánea? ¿Es posible sustituir alguna de las muchas imágenes históricas por la del hombre perdido en la inmensa masa humana? El hombre “producto”, el amorfo, el indiferente, el ignorante, el que vive “a como caiga el día”, sea hombre o mujer, es el que ha llenado casi todos los espacios.
Sin embargo, el ser humano siempre es capaz de pensar, razonar y reflexionar. Pero lo hace en el nivel en que se ha desenvuelto, y desde ahí se abstrae en su pensamiento interior. La idea del humano pensante ha sido explorada y debatida en distintos campos del conocimiento, comenzando por la filosofía, la teología, la psicología, amén de otras áreas como la sociología, la neurociencia e incluso, invirtiendo el proceso, en la inteligencia artificial.
Desde los presocráticos, en la filosofía se han discutido cuestiones relacionadas con la naturaleza del pensamiento, la conciencia y la libertad de elección mientras que, más recientemente, la psicología investiga cómo funciona la mente humana y cómo se desarrolla el pensamiento, además de las motivaciones del comportamiento. Desde la sociología, en función de su contexto social, estudia las interacciones y estructuras sociales que influyen en el pensamiento y comportamientos de los individuos, condicionado por normas, valores, creencias, culturas y contextos en que vive.
Hombre pensante se refiere a la capacidad cognitiva y mental según la neurociencia, que estudia la función eléctrica y química de ciertas áreas neuronales del cerebro y cómo se relacionan con el pensamiento, el razonamiento, la conciencia y el comportamiento humano. Pensar y razonar implican una serie de procesos cognitivos como sistematizar y discriminar información, aprender, usar la percepción, la memoria, la atención, la reflexión, la selección de elementos de juicio para la toma de decisiones complejas.
La inteligencia artificial, en cambio, pretende replicar la capacidad del pensamiento humano en máquinas y sistemas computacionales creados intencionalmente, y les ha concedido la facultad de “aprender” y acrecentar datos para procesar y emplear en nuevos algoritmos de respuesta y recepción. Explica Marvin Lee Minsky, uno de los principales pioneros de la inteligencia artificial, que una máquina es inteligente en la medida que realiza tareas que, si fueran ejecutadas por hombres, serían consideradas como inteligentes.
Desde otro ángulo, la antropología estudia los aspectos biológicos, culturales y sociales del ser humanos para comprender la diversidad de sus realizaciones desde la cultura, lo psicofísico, la lingüística, la sociedad, la naturaleza. El hombre y la mujer se preguntan sobre sí mismos, sobre su ser, no tanto desde la historia de lo que han sido, sino desde su presente, porque les inquieta su naturaleza compleja, contradictoria, diversa, indefinida, inacabada.
Al fallecer una persona, desaparece una interpretación original del mundo, un cúmulo de sueños e ilusiones de vida, una individualidad interior única e irrepetible. Tal vez mientras vivió no quiso ser parte de todo lo existente, no ordenó su pensamiento para saber, para hacer, para valorar lo que pudo esperar en su paso por la vida. Quizá no definió lo que debió aceptar, lo que pudo modificar, lo que tenía que aportar al integrarse a la naturaleza, a la sociedad y al mundo creado por el hombre. Pero si regaló amor, al menos vivirá en el recuerdo de quienes amó y le amaron.
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