Hablar de la política es hablar de un tema de todos, pero que cada quien entiende y atiende con base en sus creencias, convicciones, intereses o preferencias e influencias externas. El zoon politikon mexicano tiene una visión ecléctica que engloba una gran diversidad de trayectorias, intereses, preferencias, compromisos, ideologías y motivaciones muy distintas. En teoría, México ha representado en las últimas décadas una ideología de izquierda, una de derecha y otra de centro, todas con matices que crean diferencias al interior pero que últimamente resulta difícil diferenciarlas.
La política en México ha estado marcada por figuras carismáticas, caudillos, caciques regionales, líderes de partidos y un gran entusiasmo por algunas doctrinas políticas, sociales y económicas, que tal vez el pueblo no entiende ni le interesan. La cultura mexicana, la religión, la subordinación de siglos, la economía, los procesos históricos vividos y “la forma de ser e interpretar la vida” por parte de los mexicanos, ha influido en la manera de hacer política en el país.
La relación ciudadana con el poder se reviste de características muy especiales que van desde la veneración al odio, desde la desconfianza a la no participación. Esto ha dado pie al problema endémico de la política mexicana que ha socavado la convicción de ciudadano medio, creado la visión de la esfera política como un espacio prohibido para la inmensidad de mexicanos y finalmente se ha traducido en la actividad de unos pocos privilegiados que hacen lo que quieren y fomentan con ello que no exista la rendición de cuentas y prolifere la corrupción y la impunidad.
La política mexicana se organiza a través de un sistema multipartidista, lo cual no implica que a un mayor número de partidos políticos mejore la oferta de buenos candidatos; al contrario, ha aumentado la corrupción en una interrelación de redes protectoras y de acuerdos que enturbian el panorama electoral. Los partidos políticos se volvieron negocio y tráfico de poder.
Después de la independencia en 1821, México inició un largo proceso para definir el sistema de gobierno que quería y las instituciones que se debían construir para servir de base. Primero experimentó un breve periodo monárquico, luego se instauró una república en lucha permanente entre conservadores y liberales, entre centralistas y federalistas. Se vivió la Guerra de Reforma y la intervención francesa que estableció el Segundo Imperio Mexicano. Luego vino la dictadura porfirista que al menos trajo un poco de orden y paz. Total: un siglo XIX muy convulsionado para encontrar su propia definición.
El siglo XX se caracterizó por la Revolución Mexicana, Calles y la construcción de la vida institucional, Cárdenas y la organización para consolidarla. Pero también se desarrolló el México de las grandes desigualdades, de la corrupción en los círculos gubernamentales, de los vastos territorios de pobreza, de la ignorancia y la apatía, que se enseñoreó de la vida cotidiana como algo natural dentro y fuera de la vida pública.
Las últimas décadas del siglo XX se caracterizaron por el resentimiento, la desconfianza, la apatía, la represión de los grupos de oposición, el mero compromiso corporativo y la participación casi nula, restringida al ejercicio de votar, que muchos ni siquiera cumplían, en un acto de desprecio y desapego hacia la vida política. En lo que va del siglo XXI el mexicano probó la alternancia del poder y ha mostrado mayor interés en los asuntos políticos y una mayor exigencia de la vida pública sin que, desgraciadamente, modifique en nada al sistema.
Una cultura cambia bajo procesos lentos y sólo puede ser explosiva si existen disparadores internos y externos que propician un cambio violento. México ha participado en transiciones pacíficas como las que se vivieron en los años 2000, 2012 y 2018. Su horizonte tiene muchas indefiniciones todavía.
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