Quizá nos ayude a comprender la naturaleza y las tareas de la educación, la fábula de Protágoras en el diálogo escrito por Platón, en el cual desde la creación se guarda un justo equilibrio que la naturaleza manifiesta en el reparto de facultades, dones y cualidades para que cada especie animal pueda sobrevivir y no esté obligada a desaparecer. Al parecer el ser humano no entró en este reparto y físicamente había quedado en desventaja.
Si bien cada especie animal está convenientemente provista para su conservación, el hombre, en cambio, está desnudo, requiere una larga dependencia en la crianza, sus manos están muy lejos de las zarpas de un león, su vista y olfato muy limitados, no es veloz, no tiene alas, ni puede fiarse de su instinto. El mito de Prometeo comentado en el diálogo representa el valor de la destreza y la inteligencia para comprender, interpretar y apoyarse en la naturaleza para continuar existiendo.
Esta inteligencia da lugar a las distintas técnicas que permiten el desarrollo y la sobrevivencia de la raza humana y la creación de la civilización. Pero este mito revela también las consecuencias de sobrepasar ciertos límites, ya que no es posible el dominio absoluto ni la alteración de la naturaleza. La base del progreso y de las diferentes conformaciones de civilización, se le deben al conocimiento, interpretado en las diversas civilizaciones y convertido en formas de vida.
Aun después de la invención de la escritura, tuvieron que pasar cientos de años para que la raza humana incrementara sus conocimientos, los organizara como un legado que pudiera heredar a sus descendientes para que estos los siguieran perfeccionando y acrecentando. Pero ocurrió lo más importante: aprendió a sobrevivir y ha sido todo un campeón en la materia.
Así que, después de otros cientos de años, aprendió a ampliar sus horizontes; lo que significa una complejidad de conocimientos para entender la diversidad de la vida, sus necesidades y lo que podía tomar de la naturaleza que le rodeaba. Esa variedad de comprensiones dio lugar a las diferentes culturas y civilizaciones.
Ser racional, en la naturaleza, no quiere decir que se tenga siempre la razón. Al contrario, los seres dotados de la facultad de razonar, de observar, sacar conclusiones, indagar y sentir curiosidad por las cosas mismas, son los únicos que pueden equivocarse o incurrir en fallos de apreciación, pero igualmente los únicos que pueden reconocer el error, corregirlo, y aprender de sus fallas y tropiezos.
Educar (en la familia, en la escuela, en la calle) debe partir del principio de que aprender es un fin en sí mismo y no un medio para causas utópicas, adoctrinantes, enajenantes y manipuladoras que pretenden alcanzar reacciones en cadena. Es un derecho de los niños de conocerlo todo, y no un derecho de los padres y los adultos, de los gobiernos y los medios masivos de comunicación, de reproducir sus esquemas de vida.
Educar es colectivo (externo) y aprender es personal (interno), en un proceso de ampliar el entendimiento y la comprensión de la vida, la naturaleza y todo cuanto nos rodea. Es buscar la libertad de interpretarse a sí mismo y a los demás a través de romper patrones y creencias limitantes en la ciencia, la religión, las costumbres familiares y las tradiciones de los pueblos.
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