Gilberto Nieto Aguilar
Mucho se ha hablado de una filosofía de la vida muy peculiar del mexicano. Por ejemplo: es famosa la amabilidad para atender a los extranjeros que vienen por temporadas a cualquier parte de la República. Es el amiguero y fiestero que se burla de todo, hasta de la muerte. Dicharachero como pocos, solo es superado en la veneración a la madre por los argentinos, todo esto en una generalización desde los rasgos más acentuados. Con enormes contradicciones respecto a su pasado que en realidad no alcanza a definirlo, cuenta, en cambio, con una tipología muy variada.
Hace mucho leí “Vecinos distantes. Un retrato de los mexicanos”, Joaquín Mortiz, México, 1986, escrito por Alan Riding, periodista británico, que me obsequió mi cuñado y compadre Francisco López Nava, en aquel entonces estudiante de economía en la UV, a mediados de la década de los 80. El autor describe las observaciones que hizo durante los 12 años que vivió en México. Analiza la forma de expresión del mexicano, cómo nos vemos unos a los otros, la identidad externa y aparente para proteger su yo interno con la invención de chascarrillos, cuentos, frases, como distractores para evadir la realidad y no hablar de su identidad interna.
Al mexicano le ofende que le digan indio, pero tampoco acepta que le digan español, a los que dice odiar. Sin embargo, ostenta la gallardía y la soberbia del conquistador pero siente la sumisión y subordinación del conquistado, en una mezcla de sentimientos encontrados y en constante conflicto. Antes de morir, Carlos Fuentes (1928-2012) declaró que el libro de Riding sería «un libro clásico sobre México durante mucho tiempo».
C. E. López Cafaggi (Nexos, 2015) expresa que durante su estadía, Riding percibió una brecha extraordinaria entre México y su vecino del norte. En apenas kilómetros, se pasaba «de riqueza a pobreza, de organización a improvisación, de sabores artificiales a especias picantes». Al periodista británico no le concernía tanto la desemejanza evidente en cuanto al desarrollo económico, sino las diferencias lingüísticas, religiosas, raciales, filosóficas e históricas que separaban en alma a países contiguos como México y Estados Unidos.
A propósito de esto último, en el amplio sentido del desarrollo económico y sus efectos, en el libro “Por qué fracasan los países”, Paidós, 2013, Acemoglu y Robinson nos describen ampliamente lo que observan en las ciudades fronterizas de Nogales, Sonora y Nogales, Arizona, habitadas por personas de origen muy
parecido, y postulan la tesis de que la pobreza de nuestro país y de Latinoamérica no estriba solo en la situación geográfica, ni en su cultura ni en el hecho de que sus líderes no sepan qué hacer para mejorar al país. Quizá se basen en la tesis de “trasplante de cultura” que se generó durante la primera mitad del Siglo XX.
Así, tenemos consideraciones de los mexicanos que destacan su parte afectiva, su amabilidad, solidaridad con las tragedias ajenas, alegría de vivir, un agudo ingenio para interpretar la vida. Pero también hay otra parte que no los deja bien parados cuando se menciona su falta de constancia, su dejadez, su subordinación colectiva, su desapego a la ley. Podríamos agregar, parafraseando a Katya Adaui (2022), que como padres están presentes en el hogar pero ausentes en la paternidad fraternal con los hijos; y cuando ya no están en el hogar, entonces quieren hacerse presentes en todo. Continuaremos con el tema la próxima semana.
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