Entre los grandes movimientos sociales de la historia, está la Revolución Francesa (1789–1799 ¿1804?), que provocó enormes cambios en las bases económicas, ideológicas y sociales de Francia y que más tarde se extendieron al mundo. Es bueno reconocer que los derroteros que se siguen no son caminos sobre rosas y pueden provocar excesos, como la historia de Robespierre, el Tribunal Revolucionario y la época de terror jacobino. La naturaleza humana es contradictoria y juega un papel determinante en la continua toma de decisiones.
Esta lucha social puso fin al absolutismo, el feudalismo, la servidumbre y los privilegios del clero y la nobleza, orientando su lucha hacia los derechos del ciudadano. Con toda seguridad, junto a la Revolución Industrial iniciada por los británicos, marcan el comienzo de una nueva época de la historia europea y mundial, en donde el progreso tecnológico y económico se conjuga con el progreso social, otorgando el protagonismo a la burguesía y transmitiendo inspiración a los sistemas democráticos modernos.
Una lectura agradable que recrea parte del ambiente francés de esa época es “Los miserables” de Víctor Hugo. La sociedad está ávida de ideas y éstas ya habían sido esparcidas por suelo francés en las décadas pasadas. François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, es uno de los principales pensadores, aunque ya no le tocó ver reunido al Parlamento ni ver el inicio de las revueltas contra el régimen absolutista de los Luises representado en Luis XVI, pues murió en 1778.
Hay una anécdota interesante al respecto, escrita por Peter Watson en “Ideas. Historia intelectual de la humanidad”, Ed. Crítica, Barcelona, 2010, págs. 835 – 839, muy explicativa del ambiente francés de la época y de lo que puede lograr el intercambio de ideas con otras culturas. Cuando el filósofo y escritor francés partió a Inglaterra en 1726, tenía 32 años y había sido exiliado por una riña que ejemplificaba el absolutismo y los privilegios de la nobleza.
En la Ópera de París, Voltaire había sido insultado por el aristócrata Chevalier de Rohan, quien lo interpeló y le preguntó «M. de Voltaire, M. Arouet, ¿cuál es su nombre?» La pregunta sugería que usar la preposición «de» era pretencioso y le daba un aire ilustre que, por su origen, no le correspondía. Voltaire contraatacó pues no se amilanaba ante un posible debate, pero este altercado lo llevó a la Bastilla y a salir del país rumbo a Londres. A esos extremos llegaban los privilegios de la nobleza.
«Los tres años que pasó en Inglaterra ─refiere Watson─ tuvieron un profundo efecto sobre él y contribuyeron de forma decisiva a conformar las ideas que tan bien expresaría al regresar a su patria». Voltaire fue el centro de la Ilustración y sus ideas contribuyeron a nutrir a la sociedad francesa sedienta de cambios y de igualdad entre las personas y en los eventos sociales y políticos.
Lo que parece haber impresionado más al filósofo y abogado francés fue la muerte de Sir Isaac Newton en 1727, siendo presidente de la Royal Society. De origen modesto, Newton gozaba de una gran estima, lo que impresionó a Voltaire al comparar el absolutismo despótico de su país en el que «los privilegios de cuna todavía tenían una importancia fundamental» con el ambiente de libertad y reconocimiento de Inglaterra, situación que más tarde (1734) habría de recrear en sus “Cartas filosóficas”.
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