La exposición de los niños y adolescentes a la violencia en la televisión, la radio, las películas, los videojuegos, el Internet, las redes sociales, las calles y su propio hogar, que les induce a ejercitar una forma de ganar, de imponer un criterio, de obtener triunfos, de resolver diferencias y conflictos, puede cobrarnos un alto costo como sociedad. Pueden existir diversos efectos potenciales en el desarrollo físico, emocional y social de los menores, que serán los próximos ciudadanos.
En la colaboración anterior mencionábamos que puede darse un aumento generalizado de la agresión y el comportamiento violento, debido a que el contacto permanente con la violencia puede llegar a parecerles normal y están en pleno desarrollo y formación. En las mentes tranquilas de algunos niños puede desarrollarse el miedo y la ansiedad, la inseguridad y las pesadillas nocturnas.
Convivir constantemente con hechos violentos, reales o virtuales, puede llevar a los niños a ser insensibles a los hechos de sangre y a una menor empatía con las víctimas. Tal vez en los videojuegos participa en matanzas y ellos recuperan sus vidas una y otra vez. Esto puede acarrearle problemas de salud mental desde temprana edad, entre las que destacan la depresión, psicosis, bipolaridad, estrés, esquizofrenia y trastornos del comportamiento disruptivo y disocial, así como del neurodesarrollo.
Los trastornos mentales significan alteraciones considerables del pensamiento (generalmente ocultas) que desregulan las emociones y el comportamiento, y que causan una discapacidad funcional en el individuo. Existe un conjunto diverso de factores individuales, familiares, comunitarios y estructurales que pueden proteger o quebrantar la salud mental. Algunos de ellos han sido enumerados arriba y pueden socavar la salud mental durante el desarrollo físico y cognitivo de los niños.
Desafortunadamente los sistemas de salud no han respondido adecuadamente a las necesidades de estos padecimientos, pues no se cuenta con los recursos necesarios. Los padres han cambiado su rol y los hijos dejaron de ser la prioridad para ceder ese lugar tan distinguido a las actividades laborales y económicas. Los hijos crecen muy solos, sin la comprensión, la enmienda, la seguridad y la enseñanza que significan los cuidados de los padres.
La calle, el lugar en donde las generaciones de los años sesenta y anteriores aprendieron las cosas elementales de la vida, aprendieron juegos como el salto de la cuerda, la matatena, el avión, volar las cometas, subir a los árboles, el yo-yo, las canicas, el trompo y muchos otros que se jugaban con los grupos de amigos y que enseñaron a socializar y respetar las reglas bajo la pena de ser excluidos de ese pequeño núcleo social. Pero hoy las calles se han vuelto peligrosas para aprender y para permanecer.
El tiempo libre son los espacios en donde el ser humano aprender a ser él mismo. La ausencia de los padres la ocupan amigos indeseables (si no se tiene cuidado), Internet con su inmensa variedad de videos e información no clasificada, videojuegos, redes sociales y unas inmensas ganas de participar en juegos virtuales extremos, sobre todo los mayores de 12 años. Por eso forman grupos que se divierten con dañar a los demás.
Apoyemos a los niños y adolescente para que no formen su conciencia en una distorsión de la realidad. Ayudemos para que no existan en ellos problemas emocionales y psicológicos durante su crecimiento. Cuidemos el ambiente familiar y social en que se desenvuelven. Conozcamos a sus amigos. Permitamos el diálogo con los menores. Escuchémoslos. Reflexionemos con ellos sobre aquellas cosas que les interesan. Seamos sensatos al hablar con ellos, porque las palabras sesgadas, impertinentes, a la ligera, suelen dañar su autoestima y su comprensión del mundo y de la vida.
gnietoa@hotmail.com
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