Hablar del cerebro humano siempre es muy interesante. Pero como describe Emiliano Bruner, doctor en Biología e investigador en Paleoneurobiología de Homínidos en el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, en Burgos, España, recorrer la evolución del cerebro nos lleva a un viaje de millones de años por caminos diversos en un viaje entre fósiles y primates.
En el prólogo del libro de Bruner titulado “La evolución del cerebro humano. Un viaje entre fósiles y primates”, Emse Edapp, Barcelona, 2019, de la colección de Neurociencia & Psicología, refiere que en nuestra cultura tenemos dos ídolos: nosotros mismos y nuestro cerebro. Quizá seamos antropocéntricos porque percibimos y vivimos la realidad como si fuésemos la unidad de medida. Como bien dice Yuval Noah Harari, en nuestro delirio de grandeza, pasamos de ser animales homínidos a ser dioses, en ese cruzar por la avenida de la evolución.
La antropología, como historia natural del género humano, contempla que la centralidad reconoce un medio externo (medio ambiente) y un proceso externo (la evolución). En este contexto aparece el otro ídolo, el cerebro, rodeado de neurocentralismo. Del modelo neurobiológico, es mucho lo que se ha irradiado al mundo de la civilización, la cultura, la ciencia y la tecnología. Ha sido la «caja mágica» de nuestras capacidades cognitivas, creadora del mundo elaborado por el ser humano.
La evolución del cerebro humano has sido objeto de estudio e investigación en los últimos siglos. A través de la evidencia fósil y genética, los científicos han podido reconstruir su historia evolutiva y entender cómo ha cambiado a lo largo del tiempo, en un proceso gradual y complejo. Según las evidencias registradas, los antepasados más primitivos tenían cerebros más pequeños (cantidad de masa) y menos desarrollados (calidad de función) en comparación con los humanos modernos.
A medida que evolucionó, el cerebro se volvió más grande y más complejo, desarrollando habilidades cognitivas superiores y capacidades de pensamiento abstracto, lo que hizo la gran diferencia respecto a las demás especies y que permitió que el humanoide se adaptara y sobreviviera en variados y diferentes entornos, hasta lograr el dominio, e incluso, en los tiempos modernos, la transformación del medio ambiente y los ecosistemas.
La neurociencia ha desarrollado métodos para la investigación del cerebro. Más allá de los estudios paleontológicos, hay puentes entre antropología y neurociencia. La ecología humana estudia las relaciones entre las adaptaciones genéticas y las adaptaciones fisiológicas y culturales. Las interacciones entre el nicho ecológico y los comportamientos representan la clave final de la selección natural. La etología (carácter y comportamiento), la biología, el método comparativo, colaboran con la ciencia.
El espacio es corto para incluir más información, pero un aspecto clave de la evolución del cerebro humano es la reorganización de los tejidos y circuitos cerebrales, reflejándose en el desarrollo de habilidades como el lenguaje, la memoria, el razonamiento abstracto y el florecimiento de un sistema simbólico.
Un cerebro más grande no es sinónimo de mayor capacidad cognitiva, pues más neuronas representan una mayor exigencia de circuitos y uniones neuronales que puede entorpecer el desarrollo fino (la ballena, por ejemplo). El cerebro humano está perfectamente equilibrado. Es del tamaño exacto para permitir todo lo que hasta hoy ha evolucionado y logrado. Tal como la órbita de La Tierra, ni más lejos ni más cerca del sol, para evitar el congelamiento o el excesivo calor que podrían alterar el desarrollo de la vida.
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