Gilberto Nieto Aguilar
El hombre inventó el trabajo para satisfacer varias necesidades, a saber, producir bienes que satisficieran necesidades de subsistencia y comodidad. Quizá un homo sapiens del neolítico al producir o hacer algo útil para él resultó que también lo podía ser para otros, creando la idea de que debía ser compensado con algo que a su vez le fuese útil a él y a su descendencia y cuyo satisfactor haya sido confeccionado por otro homo de su clan o tribu.
Durante unos dos millones de años el homo deambuló por praderas y valles recolectando plantas, raíces, miel y cazando animales que existían a la par de él. No tenía que hacer nada más que aplicarse individual o en grupo para obtener su alimento. Hace unos diez mil años, con la revolución agrícola, el hombre comenzó a dedicar tiempo y esfuerzo para manipular la vida de algunas especies de plantas y animales. Sembró semillas, cultivó plantas, domesticó animales y aprendió a guardar frutos, granos y carne que debía almacenar como reserva.
A medida que desarrolló conocimientos, creó herramientas que le facilitaron la sobrevivencia. Con palos y piedras creó cuchillos, raspadores, punzones, lanzas. Descubrió el fuego y el homo recolector y cazador diversificó las actividades de la tribu: se produjo una importante división social que a la larga se llamaría “trabajo”, en la asignación de funciones según las habilidades, el sexo y la edad.
El hombre dejó de ser nómada y se volvió sedentario. Nacieron los primeros centros urbanos y se inventaron herramientas de labor que primero fueron familiares y comunitarias. De la piedra pasó al hierro y cada vez necesitó conocimientos más complejos y especializados que le llevan a diferenciar grupos según su oficio, como campesinos, artesanos, comerciantes, sacerdotes, militares.
Con los años apareció la propiedad privada y con ella la esclavitud a la que se encomienda los trabajos manuales más pesados. Comenzó la acumulación de la riqueza basada en la agricultura, ganadería, extracción de metales, comercio. Con la esclavitud, el hombre aprendió a explotar al hombre. En la antigua Roma y Grecia el objetivo era reunir un patrimonio para conquistar el ocio, y se dice que Aristóteles consideraba que el trabajo asalariado impedía al hombre conquistar la virtud.
Tanto en Roma como en Grecia, el trabajo era considerado por los notables y las altas esferas, indigno de los hombres libres. Sin embargo, el trabajo pesado de las mayorías sostenía los placeres de las minorías. Antes de iniciar el medievo el
trabajo y los salarios se comienzan a reglamentar en colegios, corporaciones y gremios. Durante ese extenso periodo que fue la Edad Media, el esclavo, el jornalero y el aprendiz (empleado) fueron el distintivo que favoreció al comercio y la agricultura en poder de los nobles, los señores feudales y la clase sacerdotal. Al finalizar esta etapa, el trabajo comenzó a ser visto como un deber moral necesario para la supervivencia y el bien social.
La revolución industrial transformó el concepto de trabajo con la aplicación de nuevas tecnologías y el nacimiento del capitalismo. Creció la explotación de los trabajadores con bajos salarios, jornadas agotadoras y sin la protección de leyes que regularan las actividades laborales.
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