Nadie podría negar los esfuerzos loables y evidentes que en México se han realizado desde la Independencia, en aras de consolidar un sistema educativo para el progreso, en un país extenso, con amplias y arraigadas tradiciones regionales, con una historia de sumisión y falta de equidad, con una cultura de desapego, con grandes contrastes en las áreas de desarrollo, marginación y pobreza.
Debemos reconocer que ese sistema jamás se ha consolidado, a pesar del esfuerzo de grandes pedagogos, educadores y pensadores que comenzaron a darle forma en el convulso México del siglo XIX, en un laboratorio pedagógico que mezcló y experimentó ideas, propuestas y tendencias de una nación en construcción, por sobre las tradiciones educativas de los pueblos autóctonos y la educación de la Colonia. Una nueva concepción de Estado y Educación comenzó a tomar forma.
Valentín Gómez Farías (1781-1858), médico y político de ideas liberales, fue el precursor de la escuela pública con la creación de la Dirección General de Instrucción Pública en 1833, incorporando elementos más allá de la religión. Las valiosas colaboraciones del Dr. José María Luis Mora, Andrés Quintana Roo, Lorenzo de Zavala, Eduardo de Gorostiza y otros, que coincidieron con los conservadores en que la escuela era un canal fundamental para la transformación social.
En 1841 se creó el Ministerio de Instrucción Pública e Industria, pues la educación generalmente estuvo en manos del Despacho de Relaciones Exteriores e Interiores. Liberales y conservadores apoyaron el sistema lancasteriano (enseñanza mutua, los alumnos más avanzados enseñaban a sus compañeros), donde se impartía la doctrina católica, lectura, escritura y aritmética.
En 1867 Juárez promulgó la Ley Orgánica de Instrucción Pública en donde se estableció la educación primaria gratuita y obligatoria, se excluyó toda enseñanza religiosa y contenía algunas disposiciones para la educación secundaria y la preparatoria, bajo los principios del positivismo. A través de las leyes liberales emitidas desde 1833 es que habrían de sentarse las bases para avanzar hacia una educación libre, secular y de competencia del Estado.
En 1879 se fundaron en el Distrito Federal dos academias de profesores (antecedentes de la Normal) y en 1887 se funda la Escuela Nacional de Maestros. «Joaquín Baranda manifestó que “el pensamiento dominante del gobierno” había sido y era “el de la fundación de una escuela Normal para crear, enaltecer y recompensar dignamente al magisterio”. Acordó entonces, junto con el presidente Manuel González, que el periodista, escritor y maestro Ignacio Altamirano, cuya trayectoria en materia educativa era bien conocida, formulara un proyecto de organización de la Escuela Normal de Profesores». (https://pedagogia.mx/historia-pedagogia-mexico/)
En este siglo XIX contribuyeron a construir el entramado educativo del sistema nacional personajes como los ya mencionados, además de Enrique. C. Rébsamen, Torres Quintero, Gabino Barreda, Carlos A. Carrillo, Enrique Laubscher, Ignacio Ramírez, Justo Sierra, entre muchos otros que por espacio no podríamos mencionar.
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