El domingo 2 de julio de 2000, por la noche, siendo además el cumpleaños número 58 de Vicente Fox Quezada, miles de personas caminaban rumbo al Ángel de la Independencia para conmemorar entre gritos, música y porras, la derrota del PRI después de 70 años de hegemonía política y control monolítico de organizaciones sociales y sindicales.
Recuerdo que en otra parte de la ciudad, otra muchedumbre caminaba hacia el Zócalo para celebrar entre vítores el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador para dirigir el gobierno del Distrito Federal. Creo que la mayoría de los eufóricos ciudadanos no pensaban en aquel entonces que habían otorgado su voto a Fox y a la extrema derecha y a López Obrador y la izquierda mexicana.
Todos gritaban a voz en cuello que Fox representaba el gobierno del cambio que sacaría de Los Pinos a las víboras prietas, alimañas y tepocatas, en una clara alusión de que acabaría con la corrupción y los grupos políticos que la causaban. Tal parece que pactó con ellos para llevar la fiesta en paz y el sueño se esfumó. Trabajó apoyado en las estructuras priistas y se justificó diciendo que el Congreso y los gobiernos de los Estados lo tenían amarrado, pues como oposición no le permitieron sacar adelante su proyecto de Nación.
El PAN gobernó dos sexenios, superó lo positivo y de manera especial lo negativo que había hecho el PRI. Con un PRI a la deriva los gobernadores impulsaron a Enrique Peña para recuperar el poder, seguramente con la consigna de impulsar las reformas que desde 1990 todos los gobiernos sexenales juguetearon sin atreverse a ir a fondo. Y con esto el PRI desperdició su gran oportunidad de manifestar su interés por el pueblo.
México en 18 años vivió tres alternancias de manera pacífica, lo cual amerita un estudio particular. Para los priistas y panistas debe ser motivo de análisis el encono, la ira, el enorme malestar que expresó de mil maneras la población, a diferencia de hace dieciocho años que sólo deseaban un cambio de caras y nombres… pero le amarraron las manos a Fox. Hoy le conceden a AMLO carta libre para disponer del país.
La izquierda mexicana, acostumbrada a hacerse presente desde la oposición a través de la crítica, la música, la cultura y el activismo, ahora debe repensarse y ser fiel a sus principios desde la autocrítica y las acciones, correspondiendo a la buena
fe que muestra el pueblo mexicano. Es su oportunidad o jamás logrará a enraizar en el abigarramiento ideológico tan complejo de México. El materialismo histórico concede formas de interpretar la realidad social, reducidas en los gobiernos de izquierda a principios de igualdad y distribución del ingreso. Al menos puede expresarse en un modelo alternativo que desplace al Neoliberalismo o lo modere.
La simbiosis pueblo-gobierno se manifestará en la participación ciudadana, el Plan Nacional de Desarrollo y la Agenda Pública, en congruencia con las acciones. Los opositores radicales deberán conceder el beneficio de la duda, y los seguidores más arraigados ser más objetivos en sus análisis. Sólo así crecerá esta nación.
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