Los espacios tradicionales de la adolescencia solían ser ─en tiempos pasados, pero no tan lejanos─: la casa, el territorio de juegos con los amigos y la escuela. Los que somos abuelos así los vivimos en la mayoría de los casos. En la actualidad, en tiempo récord, esto se ha transformado y los espacios hoy se han incrementado a profundidad: la televisión, la sala de juegos, la computadora, el celular, la iPad, la tablet y demás enseres electrónicos, incluyendo la inteligencia artificial.
Este cambio ha tenido pérdidas y ganancias; sólo hay que ver en qué plano las ubicamos. En el plano humano se colocan más pérdidas porque estos aparatos han sustituido el calor familiar del hogar, el diálogo con los padres, los hermanos, los abuelos; el diálogo presencial con sus iguales y el consejo de los padres, todo lo cual se ha cambiado por la fría relación aparentemente muy atractiva e interesante que ofrecen las redes sociales. Algo verdaderamente uniformador, como en la vieja y visionaria película The Wall, con Pinck Floyd.
Ese trato familiar, de sangre o de crianza, ayuda desde la niñez a las y los adolescentes a adquirir formas de conducta, interpretaciones de vida, autorregulación de sus emociones y su comportamiento, formas de resolver problemas, valores, religión. Porque todo lo que se aprende en casa como primeras experiencias de vida, dejan una profunda huella en el pensamiento e inteligencia de los seres en crecimiento y maduración.
La adolescencia es un periodo crucial para la consolidación de hábitos sociales y emocionales. Por ello, la orientación de las personas adultas cercanas es importante para que las y los adolescentes aprendan a autorregularse, entablar relaciones sociales, a medir adecuadamente los riesgos y prever las consecuencias de sus actos. La convivencia entre adolescentes en entornos saludables les ayuda a desarrollar empatía, a comunicar sus necesidades, a dar y recibir apoyo, mejorar la autoestima y aumentar la sensación de pertenencia. Los padres deben estar atentos a esto y conocer a los amigos de sus hijos e hijas.
Los cambios en el plano de los conocimientos y los aprendizajes, pueden identificarse más como ganancias, puesto que son procesos de evolución de la sociedad y su civilización. Sin la nostalgia de los tiempos pasados, en que los NNA no contaban con una calculadora para realizar operaciones matemáticas, es maravilloso que hoy las puedan usar, a pesar de la opinión de quienes dicen que esto entorpece el desarrollo del pensamiento matemático de los menores. Tal vez se deben establecer edades con mayor madurez cognitiva para su uso, y cambiar los esquemas en la enseñanza de las matemáticas y su ejercitación constante.
El Internet ayuda en múltiples tareas y en cualquier investigación, pero hay que aprender a discriminar la información y sus fuentes. Las redes sociales traen mucha basura, así que lo primero es saber cómo se detecta y se separa eso que no sirve, que les hace perder el tiempo e incluso puede ser peligroso, de aquello que puede proporcionarles alguna utilidad durante su desarrollo. No podemos luchar contra su uso, pero sí podemos armonizar la forma de utilizarlo.
Es probable que algunos se queden en medio de toda esa pérdida de tiempo y metan en su cerebro mucha información dudosa y sesgada con la que trabajará (el cerebro) definiendo hechos, sucesos, conductas e interpretaciones del mundo y de la vida. El resultado es poco alentador, pero habría que buscar el perfil de los adolescentes y jóvenes de hoy en las actividades y quehaceres del mundo actual e inmediato, para que todo esto resulte pertinente y verdaderamente pueda prestar alguna ayuda.
gnietoa@hotmail.com
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