Mientras subsiste la controversia sobre los resultados electorales, la utilización de algún algoritmo para manipular los datos en el INE, la sorpresa ante resultados superiores al tsunami de hace seis años, el paquete de reformas que mira hacia septiembre, la subida del dólar, la posible retracción del capital extranjero, la amenaza de la inflación, otros muestran la evidencia de un pueblo que decidió votar.
Agobiados nos sentimos con el calor, la escases de agua, las enormes islas de basura plástica en los océanos, el crecimiento del mar que refleja el deshielo de los casquetes polares y el calentamiento global que nos pone a pensar en el punto irreversible de este fenómeno “natural” acelerado por las actividades humanas, la industria y la energía sucia, el hacinamiento demográfico, la pobre cultura del mundo para enfrentar estos problemas apremiantes.
Nos angustia la violencia, misma que paraliza las actividades humanas en varias regiones del país. Nos intranquiliza que estos factores naturales y sociales demuestran que el ser humano no ha alcanzado un estadio más alto de evolución cognitiva, sensitiva y espiritual, y todavía vivimos bajo el yugo psicológico y mediático de formas caducas de organización social y política, de economías y mercados, de interpretación de la realidad y del mundo en que vivimos.
Inquieta la insensibilidad ante el dolor humano, ante el crimen y el secuestro, ante el abuso en cualquiera de sus formas, ante el desplante de poder de unos cuantos sobre millones de seres que se miran inertes, sin capacidad de respuesta o con respuestas equivocadas; de la continuidad burlona de la explotación y el abuso descarados del hombre por el hombre. Estamos en la tercera década del siglo XXI y el mundo sigue igual: más pobreza para muchos y más riqueza para muy pocos.
La ciencia y la tecnología están avanzadas y avanzando, al servicio de unos cuantos. Las diferencias sociales, políticas, culturales y, sobre todo, económicas, hacen la diferencia. Las esferas del poder y la economía mundial también hacen lo suyo ante un ser humano que no se protege ni cuida su patrimonio natural y cultural para no ser presa de la meliflua, enajenante y cegadora influencia de los medios y redes sociales. Su cultura son las frases ligeras, lo que dicen las redes, lo que indican los medios.
Los niños y adolescentes de ambos sexos tienen un potencial increíble. Pero están desatendidos en sus hogares, en las escuelas, en las calles y en los ausentes programas de gobierno que dejan a la deriva su desarrollo y la construcción del conocimiento y una cultura humanitaria y holística. Con ellos se puede lograr cualquier cosa, pero no se armonizan estos elementos para propiciar una tendencia hacia el análisis, la reflexión y la libertad en el mundo que les rodea.
Son cada vez más numeroso los países preocupados por las escenas violentas en las pantallas, televisores, computadoras, videojuegos y redes sociales. Los niños y adolescentes tienen derecho a disfrutar de programas de buena calidad, pero no son atendidas sus necesidades psicológicas y sus propios centros de interés, que los arrasa el consumismo y las tendencias “inciertas” de hoy en día. Los niños más pequeños generalmente son más vulnerables a los efectos negativos de la violencia donde quiera que la perciben.
Nadie se responsabiliza de su entorno audiovisual y de cuidar la “ecología de la pantalla, el internet y las redes sociales” en cuya exposición los niños reciben la violencia como forma de enseñanza, impulsando un aumento en la agresión, miedo y ansiedad, aceptación de manera “normal” de la violencia y los hechos de sangre, sin límites en su comportamiento, que les hace proclives a problemas mediatos de salud mental. Si ellos son la esperanza en el futuro ¿Por qué se les tiene tan a la deriva?
gnietoa@hotmail.com
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