Gilberto Nieto Aguilar
El 11 de mayo de 1997, Gary Kasparov, el mejor jugador de ajedrez del mundo, en 62 minutos y 19 movimientos perdía la partida de ajedrez más vista de la historia, contra una computadora. Fue la sexta partida del segundo enfrentamiento. En febrero del año anterior Kasparov había ganado 4-2; pero las mejoras realizadas sobre la supercomputadora Deep Blue, diseñada por IBM, lograron superar al campeón en el último juego. Un juego simbólico, hace 26 años, del hombre contra la máquina.
La relación entre seres humanos y máquinas marcó un parteaguas. La tecnología que intenta imitar la función cognitiva humana, busca, en función de ese proceso, encontrar la propia, desarrollada bajo sus exclusivas condiciones y, ¿por qué no?, con su propia visión. Han pasado 26 años de aquella célebre partida de ajedrez, y el ser humano no ha descansado un minuto en seguir perfeccionando la inteligencia artificial (IA) de las máquinas, los procesadores y software de los sistemas informáticos.
Cierto que ha sido invaluable su aportación en áreas como la salud, los negocios, la industria manufacturera y demás espacios del quehacer humano. La Unión Europea (UE) está trabajando en la regulación de la IA para garantizar su desarrollo y uso adecuado sin que se salga de control; pero ¿quién nos asegura que la ambición, el afán de poder y la morbosidad humana también están bajo control?
La IA abarca desde software como asistentes virtuales, motores de búsqueda y sistemas de reconocimiento de voz y rostro, hasta sistemas integrados como robots, drones y vehículos autónomos, gracias a los avances en la potencia informática, la disponibilidad de grandes cantidades de datos y nuevos algoritmos. El Parlamento Europeo define a la IA como la habilidad de una máquina de presentar las mismas capacidades que los seres humanos, como el razonamiento, el aprendizaje, la creatividad y la capacidad de planear.
La IA permite que los sistemas tecnológicos perciban su entorno, se relacionen con él, resuelvan problemas y actúen con un fin específico. La máquina recibe datos (a través de sus propios sensores o una cámara), los procesa y responde a ellos. Muchísimos seres humanos no tenemos ni la mitad de eso que define el Parlamento Europeo. Los teléfonos inteligentes y las variedades del Internet más bien nos han hecho torpes para estas habilidades y capacidades, en lugar de incrementarlas.
La UE dice que la IA tiene un papel central en la transformación digital de la sociedad y que por eso ha pasado a ser una prioridad. Si bien las tecnologías con inteligencia existen desde hace más de 50 años, los avances en la potencia informática, la disponibilidad de enormes cantidades de datos y nuevos algoritmos han permitido los grandes avances de los últimos años.
La IA está presente en nuestras vidas. La vemos anunciada en todas partes, la sentimos en el trabajo, en los productos que usamos para optimizar la función que ejercemos, para la diversión de los niños, en los laboratorios y en los hospitales, en el celular que nos embelesa y nos roba la atención hacia lo que nos rodea. Hoy todo es apoyo y promesas para facilitarnos las cosas, para alentar la fuerte tendencia hacia el confort y el menor esfuerzo, pero también, a la pereza mental y a la falta de creatividad e imaginación.
Nos prometen un mundo encantador, a nuestro servicio; pero no nos dicen si algún día ese mundo podría ser esclavizador o destructivo. El hombre inteligente que cuenta con los medios, juega en los límites de ser Dios, deslumbrado por el poder sobre todos los demás humanos, sobre la naturaleza y ahora sobre la matriz de la creación: la inteligencia.
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