Nació en Perote el 12 de abril de 1949 y a los 19 años ya estaba en el servicio educativo. Trabajó en la secundaria de Altotonga de donde pasó a ser fundadora de la Secundaria General No. 4 “David Alfaro Siqueiros” de esta ciudad de Xalapa, en donde casi enseguida pasó a ser docente de la asignatura de Química.
A partir de ese momento, su dedicación y responsabilidad por el trabajo del aula, su eros pedagógico, su trato afable con el alumnado, fue creando la imagen de una gran maestra que forjó 40 generaciones de alumnos egresados de la mencionada secundaria general No. 4 “David Alfaro Siqueiros”.
El lunes 26 de junio pasado, la escuela le rindió un homenaje póstumo. En dicho evento se dijeron varias cosas. Por ejemplo, una profesora ya jubilada la describe como una maestra muy responsable y muy dinámica. Refiere que impartía la asignatura de Química, pero en sus ratos libres daba clases de "aerobics". Le gustaba el orden y la limpieza, por lo que siempre que había algún convivio, era común verla portando una bolsa y levantando basura, aunque no fuera su función. Muy buena madre, fiel esposa, gran amiga, excepcional maestra, siempre dando tiempo extra, sonriendo y tratando con afecto a cada compañero de trabajo, a cada padre, y en el aula a cada alumno, sin importar qué tan travieso fuera.
Una exalumna, egresada en 2001, dice respecto de ella: «Cuando decidí ser maestra ella fue uno de mis ejemplos a seguir, me prometí a mí misma hacer algunas cosas como ella las hacía». Otro exalumno, quizá egresado en 1999, en una hermosa metáfora, describe que Howard G. Hendricks, conocido pedagogo y filósofo quien dijo que «la enseñanza que deja huella no se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón», seguramente se inspiró en la maestra Gloria para escribir su libro “Enseñando para cambiar vidas”.
Otro alumno le notifica en la página de FC de la escuela que ya terminó su carrera en la Universidad, y una madre, con gran sentimiento, agradece sus atenciones para con su hija, satisfecha por habérselo dicho en vida.
Varios de quienes fueron sus directores expresan opiniones halagüeñas respecto a su desempeño como maestra de grupo y a su calidad como persona. Maestras como Gloria María, hacen sentir el orgullo de la docencia. Un día, quizá de 2010, se le ofreció ser subdirectora. Dijo que no, que le gustaba mucho ser maestra frente a grupo, que esa era su pasión. Y en el aula concluyó su ejercicio de vida.
No escribió libros de pedagogía. Ni siquiera sus memorias docentes en donde tendría mucho qué contar a las generaciones de maestros sin importar la edad en el servicio. Tampoco ostentó un cargo que le diera notoriedad pública. No aparece en las redes sociales mostrando sus encantos o su frivolidad, aunque le enseñó a sus alumnos a usar las redes con sentido y provecho y a investigar usando el Internet. No ostentaba títulos rimbombantes. Su doctorado se lo dio la vida y la práctica con sus alumnos.
La profesora Gloria María Rivera López, como buena maestra de química, realizó en las aulas las decantaciones apropiadas para activar a los alumnos, midió la velocidad de reacción para que desde los más avanzados a los que no entendían de fórmulas, desde los responsables a los más inquietos, no sufrieran la contaminación de la flojera. Supo qué reactivos químicos aceleraban la alcalinidad del trabajo y la inteligencia y personalmente revisaba las series electroquímicas o tensiones y potenciales de sus alumnos para el estudio. Desde las moléculas a los compuestos, desde los protones, neutrones y electrones, sus clases tuvieron orden, mucho amor, y una excelente planeación. Definitivamente, fue una gran maestra.
Como todos los seres humanos también sufrió ingratitudes en lo laboral pero, sobre todo, en lo familiar. Cuando se le veía llegar con anteojos oscuros a la escuela, era indicio de que algunos nubarrones cubrían la claridad de su hogar, pero ella resistía con estoicismo, congruente con su proyecto de vida. Verdaderamente admirable. Descanse en paz.
gnietoa@hotmail.com
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