Desde hace varios días por las calles reinan las prisas y las compras que parecen de pánico. El tránsito vehicular es intenso. Y, pese al barullo, la inmensa mayoría de los gestos son serios, con un dejo de preocupación. Quizá porque están conscientes de que comenzaron a gastarse sus aguinaldos antes de recibirlos. Tal vez porque ven el panorama económico sombrío. Acaso por la inseguridad que no cede y cuyos afectados son cada vez más cercanos, más reales, a la vuelta de la esquina.
Las fiestas decembrinas pierden parte del encanto por la situación de incertidumbre que vive el xalapeño, el veracruzano, el mexicano. Las risas se mezclan con estertores de angustia y desilusión. No queda otra opción que vivir el presente y disfrutarlo, porque el mañana quién sabe cómo vendrá, tanto para los ricos como para aquellos que forman parte de la clase media.
“Primero los pobres, los que menos tienen”, dice nuestro gobierno. Y qué bien está eso. Pero esta Navidad todavía no será posible sentir consuelo, disfrutar beneficios. Les queda como refugio la vieja esperanza, eterna y desgastada, de que tal vez el próximo diciembre sea mejor.
El veracruzano es capaz de reírse de su suerte, de la vida y de la muerte. Encuentra en la adversidad motivos de burla, de chistes, de memes y de desahogo. Disfruta lo que recibe y se ríe de lo que pierde, pero como todo lo que llega con exceso, los límites de van desgastando, las situaciones van dejando honda huella, y vivimos lo que dijo el poeta Juan de Dios Peza: terminamos por reír llorando.
Diciembre y la Navidad traen costumbres y sentimientos comunitarios y particulares que no deben perderse. Algunos como una fantasía, otros como la alegría colectiva y en familia; alguien con tristeza por vivencias personales y algunos más, como El Grinch del doctor Theodor Seuss Geisel, intentarán robar el espíritu navideño a los que les rodean con sus dolencias del alma o del cuerpo, con su soledad, su pesimismo o su depresión.
A pesar de lo comercial de estos días, hay en el fondo un algo de nostalgia para los ancianos, una alegría familiar para los adultos, un viso de confusión y desaire para los jóvenes, y un momento de admiración e interés para los niños. Cultivemos el
acercamiento con la familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo. Nada cuesta y puede darnos grandes satisfacciones.
El hombre no quiere estar solo. Necesita del calor de sus iguales. Y estos días traen en su esencia más profunda, ese imaginario que por siglos ha dado el mundo occidental con la celebración del nacimiento de Cristo como un poema de redención para el ser humano, como un sinónimo de esperanza, de amor, de humildad, de solidaridad.
El año pasa rápido en la vida de la gente, y en los adultos longevos queda la sensación de mayor rapidez. Pero es hermoso compartir los recuerdos que en el tiempo van quedando y revivir la suave nostalgia que los trae al presente. Que los días del invierno se tornen cálidos, en un ambiente de paz, esperanza y alegría.
gnietoa@hotmail.com |
|