Hay que reconocer que tanto maestros, alumnos y padres de familia están muy familiarizados con el término “calificación” cuando se refieren a las notas de aprovechamiento escolar. El término seguramente data de siglos, en tanto que la palabra “evaluación” tendrá quizá poco más de medio siglo que lucha por abrirse camino en las escuelas. La evaluación busca ser más amplia, inclusiva, equitativa, justa, en la contemplación de varios rasgos de aplicación. Lamentablemente, al final, se representa con un número, lo que hace a los padres de familia perder el hilo de una reflexión sobre el tema.
Para tratar de entender esta diferencia, he aquí un ejemplo: «Ningún médico se preocupa por clasificar a sus pacientes de menos enfermo a más grave. Menos aún sueña con administrarle un tratamiento colectivo, único. Se esfuerza en precisar para cada uno un diagnóstico individualizado, como base de una acción terapéutica a su medida». Ésta sería la tarea de la evaluación formativa, dar un tratamiento distinto para cada alumno. «Para ese fin las pruebas escolares tradicionales se revelan de poca utilidad, porque esencialmente son concebidas en vista del recuento, más que del análisis de los errores, para la clasificación de los alumnos, antes que para la identificación del nivel de conocimientos de cada uno» (Perrenoud, “La evaluación de los alumnos”, Colihue, Buenos Aires, 2008, p. 15)
La evaluación tiene diferentes fines y distintas aplicaciones. Evaluar a las personas que trabajan dentro de una organización es muy importante para saber si su nivel laboral y la forma en que realiza sus actividades, van acorde a las necesidades de la empresa para preservar la calidad y funcionalidad de sus productos. Así, pues, evaluación es el proceso de recolectar y analizar datos con el fin de poder tomar decisiones acerca de alguien o algo, de un proyecto o un programa.
El Fondo de Población de las Naciones Unidas la considera un instrumento de gestión, dentro de un proceso de planificación, de duración determinada que trata de valorar de manera sistemática y objetiva la pertinencia, el rendimiento y el éxito en las actividades de las personas, en el transcurso de los programas y proyectos, o al concluirlos. Los sistemas educativos igualmente deben ser evaluados para determinar el grado de aceptación, si cubre las aspiraciones ciudadanas, la pertinencia y efectividad de los contenidos programáticos, la orientación del Plan de estudio, la manera en que trabajan los docentes.
Los alumnos que sufren el fracaso escolar son aquellos que no adquieren los conocimientos y las habilidades declaradas en el Plan de estudio y los Programas vigentes. Pero ¿Cómo sabemos hasta qué grado lograron o no tales conocimientos y habilidades? Perrenoud hace hincapié en que tal situación debe ser estimada por alguien que proporciona un juicio más allá de lo subjetivo para fundamentar una decisión orientadora o de certificación.
La evaluación, además, debe brindar la posibilidad de fortalecer y consolidar los aprendizajes, y ofrecer al docente la oportunidad de retroalimentar y cubrir aspectos que, o no se comprendieron bien, o no se abordaron adecuadamente. El estudiar sólo para aprobar un examen, provoca una relajación cognitiva que fija temporalmente un conocimiento para olvidarlo después del examen. La evaluación formativa en educación básica refuerza la conciencia de la importancia de aprender comprendiendo, aumenta la motivación, promueve la coevaluación y la autoevaluación, la corrección de esquemas mal aprendidos y, lo más importante, permite desarrollar habilidades de por vida.
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