Mientras esperaba a que mi esposa comprara algunas plantas en el vivero, un pequeño de cuatro años se acercó a mí e inició una conversación muy fluida para su edad. Dijo llamarse Ángel Jair. Platicaba, se iba “a su trabajo” y nuevamente retornaba para proseguir su diálogo conmigo. La última vez señaló mi libro y me preguntó qué estaba leyendo. Le respondí que era sobre el aprendizaje y el cerebro humano mientras señalaba mi cabeza y la de él. Me preguntó algunas cosas y me dijo: “Bueno, ya me voy para que sigas leyendo eso que parece muy bonito”.
Sin duda un niño muy inteligente. A esa edad todo lo quieren saber. Su curiosidad es insaciable. Aprender es una necesidad vital. Pero… ¿Qué ocurre con el paso de los años? ¿La curiosidad por aprender se acaba? ¿Deja de ser una necesidad? ¿Ya no hay nada importante o interesante más que aprender de manera intencional? ¿Todas la indefiniciones e indeterminaciones genéticas quedaron subsanadas? ¿Las preguntas sobre su propia existencia están resueltas? ¿Qué ocurre con el ser humano al crecer?
El niño iba y venía en su triciclo. Iba “a trabajar” seguramente en el espacio del vivero de sus padres. Ya no me despedí del pequeño pero en los intervalos leí que, desde 1964, Benjamín S. Bloom (1913-1999) advierte al mundo que el individuo desarrolla cerca del 50 por ciento de su habilidad de aprender en los primeros 4 años de su vida. Esto significa que en estos primeros años los niños forman los principales trayectos de aprendizaje de su cerebro, es decir, los “caminitos” que las neuronas forman para facilitar las funciones superiores del cerebro cuando éstas se repiten de continuo.
Todo niño o niña es un genio en florecimiento. Tony Buzan (mapas mentales y pensamiento radial) pregunta qué haría un bebé de meses frente a una hoja de papel en blanco. Posiblemente la trate de romper, de hacerla bolita, de sacudirla y escuchar que suena, de meterse pedazos en la boca. Un pequeño Isaac Newton investigando. ¿Qué sonido puede sacar de ella? (la agita). ¿Qué valor o sabor tendrá este material? (se lo lleva a la boca). ¿Alguien quiere un poco? (lo ofrece a los demás). ¿Cuál es la fuerza ingenieril, mecánica, de tensión del material? (lo rasga). ¿Podemos llevarlo al laboratorio químico) (lo mastica). El bebé está utilizando todo su cerebro. Encuentra un instrumento musical, lógica, análisis, deducción, síntesis. (Dryden, Gordon y Vos, Jeannette, La revolución del aprendizaje, Ed. Tomo, México, 2001)
Sí, es el viejo libro que tenía en la mano.
Hoy no tenemos la necesidad de aprender para sobrevivir, como hace más de tres millones de años. Pero sí de aprender para enfrentar un mundo lleno de incertidumbres y retos, de cambios vertiginosos, de sociedades en evolución, de relaciones múltiples, de oportunidades diferentes en el mundo laboral. Necesidad de aprender habilidades para hacer de la mente un instrumento flexible que comprenda al mundo cambiante, permita adaptarse a él y generar transformaciones que mejoren su evolución y diluyan las incertidumbres.
El aprendizaje acelerado estuvo de moda en los noventa y la primera década del presente siglo. Era una propuesta interesante. Al mismo tiempo se extendió el constructivismo y el internet, las computadoras y las redes sociales, otorgando mucha movilidad a la información y los conocimientos. Los padres necesitan educarse para no reproducir una cultura deficiente, ambigua y falta de valores en la que crecen muchos menores, porque los niños aprenden lo que viven. Por ello se requieren programas de desarrollo para la primera infancia y que comiencen a aprender a aprender y aprender a pensar.
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