En 2005, la ONU alertó al mundo anunciando que más de la mitad de la población mundial había emigrado a las ciudades. Actualmente, en los países de mayor desarrollo industrial, el 79 por ciento del territorio es urbano. Alrededor de los centros citadinos crecen los barrios pobres, como anillos de marginación, pobreza y miseria.
En condiciones de insalubridad, sin servicios públicos básicos, se hacina una gran cantidad de esta población marginal, que cada día crece más, esperando oportunidades en los centros urbanos que el campo les ha negado. Esto ha sido un problema milenario en ciudades del Antiguo Oriente, del Imperio Romano, durante la Edad Media, pero desde la Revolución Industrial hasta las primeras décadas del siglo XXI, estalló una crisis en toda la dimensión que conocemos ahora.
Los transportes urbanos son una fuente constante de dióxido de carbono que contribuye al efecto invernadero y al calentamiento del planeta. El exceso de automóviles agrega más cantidad de gases tóxicos. Las grandes fábricas y la basura que el ciudadano inconsciente tira en cualquier parte agravan el problema, al que se le suma la escasez de agua y los arroyos que se desecan.
El desafío ecológico es un reto para la continuidad de la vida. Muchas especies se han extinguido por el actuar inconsciente. Es un reto para la vida misma del planeta, como la conocemos hoy. Un desafío que exige cambiar muchas cosas en nuestros torpes gobernantes que no lo entienden, en los avariciosos consorcios que cultivan una mentalidad de rufianes más que de empresarios sensatos sobre lo que trabajan, cómo lo hacen y sus consecuencias. Nadie les pone límites.
También el ciudadano tiene parte en la responsabilidad de salvaguardar la vida en el planeta, siendo más consciente para cuidar las plantas y los árboles, el agua, el manejo de la basura, el cuidado de su unidad móvil. El desafío ecológico que nos preocupa, resulta de la agresión a la naturaleza de la forma que lo hemos hecho; es decir, la actividad humana tiene un gran impacto en el medio ambiente.
Dos de los más graves problemas de los centros urbanos son la sobrepoblación y la concentración de la riqueza. Las desigualdades económicas, sociales y culturales de alguna manera dificultan el abanico de posibilidades para intentar soluciones y planificar la modernización sustentable de las ciudades. Las geoviviendas y los autos eléctricos son oportunidades en marcha, pero los procesos requieren mayor velocidad de realización para evitar los límites de lo irreversible.
Hace unos días fuimos a comer por la carretera de Briones a un grupo de restaurantes donde aparece el nombre de Atemporal. Disfrutamos toda la tarde y comenzaron a llegar unos molestos visitantes, los mosquitos, que antes era raro que aparecieran. Junto con el crecimiento del mar en la costa baja y los arroyos secos en las zonas antaño húmedas, los mosquitos son una señal inequívoca del cambio climático. Hace un par de décadas no había moscas y hace apenas una década no había mosquitos en Xalapa.
Los mosquitos son una asombrosa parte del ecosistema mundial y el molesto bicho zumbador que todos odian, juega un papel natural muy importante pues auxilia en la polinización, ayuda al control de plagas, son bioingenieros del suelo, aun cuando sabemos que son una amenaza para la salud pública como transmisores de varias enfermedades, entre ellas, el dengue. Ellos son una señal viviente del cambio climático en Xalapa, además de la ausencia de la neblina, el chipi-chipi, las frescas noches de suéter en primavera y verano.
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