El estudio de los partidos políticos es uno de los temas centrales de la ciencia política en el mundo. Se entienden como organizaciones de ciudadanos, pero principalmente como entidades de interés público cuyo fin es promover la participación del pueblo en la vida democrática y contribuir a la integración de la representación nacional. Comparten objetivos, intereses, visiones de la realidad, principios, valores y proyectos que se deben ejecutar total o parcialmente dentro de un gobierno democrático que ha alcanzado buenos niveles de comunicación ciudadana.
La existencia de los partidos políticos es relativamente reciente. Tal vez se habló de ellos desde el siglo XVIII y en Europa toman forma en el siglo XIX (Paoli Bolio, 2016). En México se desarrollaron durante el Siglo XX. Es difícil hablar de democracia sin considerar a los partidos políticos, porque ellos han sido los principales articuladores y aglutinadores de los intereses sociales, y la única expresión legítima de los grupos organizados de la sociedad, aunque no necesariamente eficaces y eficientes en el escenario político nacional, pero hasta en los Estados no democráticos y totalitarios cumplen también un función social.
Algunos autores clásicos de la sociología y las ciencias políticas han estudiado la importancia de los partidos políticos, como Norberto Bobbio, Angelo Panebianco, Giovanni Sartori, Maurice Duverger, Robert Dahl y otros más, en la medida en que se convierten en actores que interactúan entre el Estado y la sociedad como el medio por excelencia de expresión y procesamiento de demandas ciudadanas.
En las elecciones del siglo XX los partidos políticos eran satélites que giraban en torno a las disposiciones oficiales, y aquellos que participaban en la oposición eran reprimidos. Al iniciar el Siglo XXI la alternancia hizo su aparición y la evolución favorable del instituto electoral permitió las candidaturas independientes que obtuvieron varios triunfos hasta alcanzar una gubernatura. El sufragio se fortaleció.
Los partidos políticos son fundamentales en cualquier democracia debido a que se han convertido en vehículos privilegiados, tanto para organizar y representar intereses sociales como para diseñar y articular propuestas y acciones de gobierno. En México han florecido en tierra fértil, pero han perdido muchos de sus atributos. Demasiados partidos no representan la diversidad ideológica, sino más bien la dispersión del pueblo mexicano. Bastaría con que hubiera tres, suponiendo derecha, izquierda y centro.
El Congreso de la Unión contiene, en este momento, representaciones de siete partidos políticos y algunos independientes. Los gastos para su mantenimiento y operatividad son cuantiosos. No se sabe si auditan el dinero federal que se les otorga y si hay una declaración patrimonial de los líderes que lo dirigen. Muchas veces parece un próspero negocio familiar y no un grupo de interés público.
Se deben reorientar partiendo de la importancia en la vida social y política. Debe haber un mayor control de gastos, mayor eficiencia del INE que no debe supeditarse jamás a los caprichos del gobernante en turno, reducción de partidos políticos que permitan a la ciudadanía tomar sus decisiones políticas, por lo que sería apremiante que los partidos definan sus plataformas ideológicas y de principios. Los partidos políticos, el sufragio y el proceso electoral, sigue siendo otro mal de México.
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