Un año muy especial, atípico. No hay duda que será recordado por su distintivo (una figura del Coronavirus), las muertes causadas, el confinamiento forzado, los desequilibrios en el orden social y económico, más las consecuencias colaterales de diversa índole. Pero ante la armonía y dualidad de la vida, junto a la variedad enorme en el pensamiento y la naturaleza humana, podemos pensar que no todo fue malo.
En la capacidad creativa del ser humano brilla la luz de una inteligencia clara y vigorosa, que le permite asumir actitudes de grandeza en la más abyecta de las adversidades y extraer de ellas aprendizajes que más tarde le permitirán revalorar su propia existencia. Tendrá que repensar y reconstruir mucho eso que se llama civilización.
Las improvisadas prevenciones con las que se ha enfrentado al Covid-19, sobre todo desde los sistemas de salud, dejan un sinfín de lecciones aprendidas que robustecerán los sistemas sanitarios del país y del mundo, y se estrecharán lazos de solidaridad sin importar las fronteras políticas, idiomáticas, étnicas, religiosas, económicas.
El oportunismo del desalmado, las pérdidas de empleos, el cierre total de muchas pequeñas y medianas empresas, la caída de las economías nacionales, la angustia de los desheredados laborales, de aquellos que viven al filo del hambre y la miseria, serán los grandes focos de atención de gobiernos atentos y responsables del pueblo que los llevó al poder.
También fueron tiempos de convivencia en el hogar, aunque existan muchas historias de violencia, angustia y desesperación. El sentido de la unidad familiar se ha estado perdiendo. Con un trabajo agitado, cada vez con mayores exigencias fuera de casa, es fácil que las parejas se sientan desconectadas y quienes les rodean pueden llegar a parecerles extraños que roban la tranquilidad.
El virus afecta a todos. Ha separado y ha unido. Ha unido a muchas comunidades para prevenirse contra el enemigo de cualesquier persona, en una lucha sin cuartel. Al lado de ellos, han desentonado los despreocupados, aquellos que sin importarles su propia salud, mucho menos les preocupa la de los demás y la ponen continuamente en riesgo con sus actitudes. Hay que cuidarlos y cuidarse de ellos.
La educación escolarizada se ha convertido en un gigantesco aparato de muchas cabezas. Por un lado, la noble tarea de los maestros para improvisar y costearse sus nuevas herramientas de trabajo, sin horarios, sin descansos, atendiendo a sus alumnos y a sus propias familias que también les demandan cuidados. Por otro lado, los padres han sufrido una fuerte tensión por la ayuda que han prestado a los deberes escolares de los hijos y los propios alumnos han perdido la fuerza que les da la convivencia con sus iguales.
Los ecologistas aseguran que el planeta se ha limpiado en gran medida. Durante un tiempo, el mundo permaneció paralizado y le permitió al planeta respirar. Menos basura, menos tráfico terrestre, aéreo y marítimo significó una reducción en los niveles de contaminación. Como toda crisis, tiene su antítesis en la oportunidad de quienes aprovechan el tiempo mientras otros se lamentan paralizados por el miedo. Todo cambio brusco y devastador conlleva nuevas posibilidades para el hacer humano.
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