Dicen Coleman y Hendry (Psicología de la adolescencia, Morata, 2003, Madrid) que la adolescencia, en cuanto a su autoconcepto, se concibe como un periodo de cambios físicos y de consolidación personal que traen consigo una alteración en la imagen del cuerpo y el crecimiento intelectual. Tal vez se abone al autoconcepto la independencia emocional creciente, la toma constante de decisiones en varios ámbitos, los valores, el comportamiento sexual, la elección de los amigos, etcétera.
Es probable que la naturaleza de la transición en la adolescencia, los cambios de roles, la forma en que se comprenden y perciben a sí mismos, la actividad hormonal, los rasgos desconocidos de su personalidad, causan un gran efecto sobre sus reacciones y su autoconcepto, percibiendo situaciones que llegan a ser incongruentes y contradictorias. El dilema esencial del adolescente es que desea integrarse a la sociedad, ser aceptado y para ello “debe desempeñar los roles apropiados” para sentir que su “yo” se adapta a la manera de pensar del grupo al que quiere integrarse plenamente.
A pesar de sus deseos de pertenecer a un grupo e identificarse con él, prevalecen elementos de su individualidad que no quiere perder. Es una lucha por determinar su naturaleza, por encontrar y conservar su yo, porque sus decisiones y elecciones pertenezcan a su persona original y no producto de la imitación de los demás o lo que los demás le demandan. No quiere parecerse a sus padres y rechaza todo intento de control y de autoridad externa. Busca comprender con bastante dificultad su concepto de libertad, fuera de las reglas que le imponen el hogar, la escuela y la sociedad.
La adolescencia es una etapa especial y valiosa en la formación de una emocionalidad madura. Pero en tanto se supera, es una atapa difícil y perturbadora que viven solos o con sus pandillas. Es complicado para el adulto entender las inquietudes que lo acompañan, su fluctuante irritabilidad, volubilidad e indecisiones, entusiasmos intempestivos, timidez e inseguridad, y a veces tristeza. A los padres se les pide paciencia y que estén dispuestos a dialogar o escuchar sus dudas y estados de ánimo. Las pláticas informales y abiertas suelen ser un buen camino para crear confianza y llegar a ellos.
Algo que altera a las y los adolescentes es cuando aparecen los caracteres sexuales secundarios. La aparición del vello púbico y corporal, la activación del aparato reproductor, la exigencia de asumir un rol sexual, la generación de espermatozoides y las primeras poluciones nocturnas en el varón; y en las mujeres el inicio del ciclo menstrual, el crecimiento de las glándulas mamarias y las secreciones vaginales.
Todo esto es un proceso natural pero a varios de ellos les altera su conducta. «Ser adolescente hoy –en particular en las dos últimas décadas– es también habitar un momento vital idealizado, de diluidas fronteras, cuyo comienzo avanza sobre la infancia, mientras el final se muestra incierto y contingente» (Ma. Cristina Rojas, Ser adolescente hoy, Revista de Psicopedagogía 2003, pp. 128-135).
Comenta la psicóloga argentina que ser adolescente hoy implica integrar familias alejadas de las intensas y con frecuencia autoritarias formas de trato del modelo tradicional de la familia, rígidas en el acuerdo, fuerte en los mandatos, porque lo que se vive hoy es una visible decadencia de la autoridad parental. Todo un cuadro en el que no se sabe qué hacer, pero cuyas variantes están creando nuevas generaciones con una identidad y equilibrio emocional distintos en varios sentidos.
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