Gilberto Nieto Aguilar
En más de 10 meses, como distintivo de la segunda década del siglo XXI con sus varios altibajos, hemos tenido que decirle adiós a tantos familiares, amigos, compañeros de trabajo, conocidos, personas que jamás tratamos pero sabíamos que existían y muchos anónimos de los cuales ni siquiera nos enteramos y que son la inmensa mayoría. Descansen en paz todos, independientemente de la actividad a que se hayan dedicado y de las creencias que pudieran haber profesado.
Pandemias han habido muchas, referidas desde tiempos inmemoriales. Pero en la historia de la humanidad muy pocas generaciones las han sufrido. En la que hoy nos asola, las cifras oficiales no son el reflejo de la realidad, pero nos dan un rumbo de cómo van las cosas. La negligencia gubernamental y social incrementan las bajas de manera notoria.
Si en noviembre se sentía un ligero respiro, ya se hablaba de los desdichados “semáforos verdes y amarillos” como una figura emblemática en la desgracia y no de la fortuna, como un símbolo para bajar la guardia y permitir que la desidia y la dejadez retomaran mayor fuerza en la masa popular, que no ha asumido en serio esta contingencia mundial. Ahí están los que necesitan trabajar para generar un ingreso personal y familiar saliendo a la calle.
Diciembre hizo la invitación que el gobierno avaló. Muchos estaban esperando una ligera indicación para cubrir su irresponsabilidad, para echar la culpa a otros de su insensatez personal. Y en enero comprobamos los efectos de la toma de decisiones por todos equivocada. Los hospitales se volvieron a llenar y fueron muchos más los que en casa murieron, ignorados por las tibias cifras oficiales.
Nunca se había generado una pandemia en tan corto tiempo, de manera tan extensa, por sobre la ciencia y la tecnología desarrollada; con tanta sobrepoblación en el planeta y con resultados que todavía no se pueden estimar. Han existido epidemias más mortíferas que el Covid-19; pero la profundidad de ésta, la manera que ha puesto a prueba la organización social y política de la humanidad, su civilización, ciencia y tecnología, su madurez solidaria y humanista, la comunicación instantánea, el pensamiento moderno y el sentimiento de pertenencia, no tienen precedente.
Los efectos económicos, políticos, sociales y propios de cada familia o persona causados por el SARS CoV-2 distan mucho de ser superficiales. Se trata de un
evento mundial que con todo el avance alcanzado por el hombre en este punto de su civilización y de su historia, no ha podido manejar la pandemia ni contener sus efectos exponiendo ante todos las falacias de los derechos humanos engullidos por una insaciable marginación que se alimenta de la envidia, la economía, el poder, la corrupción y el desprecio.
La pandemia pone de manifiesto la nueva condición de la globalidad del capital, el mismo espíritu ambicioso y avariento que provocó milenios de acoso. Se desconoce el origen del virus, se descubren nuevas cepas y mutaciones, una propagación que impiden controlar los brotes, no hay un protocolo clínico eficaz, la vacuna es incierta, la impotencia para erradicar el virus es notoria, la información imprecisa y asistemática. ¿Hasta cuándo? es la pregunta.
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