El ser humano tiene la entereza suficiente para remontar la adversidad. Lo ha demostrado a lo largo de su evolución. De todas las grandes epidemias, plagas, hambrunas y guerras, ha salido fortalecido como especie de gigantes. Recientemente libró y resolvió las dos grandes guerras mundiales. Entre ambas, remontó la Gran Depresión del 29, revisó y lanzó nuevas teorías económicas y logró que el mundo rehiciera el camino.
Luchar contra la adversidad es algo que le es común, y tendrá que continuar haciéndolo durante toda su vida. No importa en qué situación se encuentre, ya sea desde el privilegio de haber nacido en un lugar preferencial, del primer mundo, con acceso a todos los servicios, una cultura humanitaria desarrollada, con lujos que algunos ni siquiera alcanzan a soñar, o en un país del tercer mundo, subdesarrollado, pobre, con todas las carencias y nulas oportunidades de desarrollo y calidad de vida.
Simultáneamente a la pandemia, y a los problemas sociales, económicos, políticos y culturales de cada región y país, indivisos tendremos que enfrentar más temprano que tarde el problema de la sobrepoblación y la contaminación del planeta con toda su enmarañada circunstancia que aborda a profundidad lo ético, lo científico, lo económico y lo político para sostener la vida.
El ser humano ha nacido para sortear la adversidad. Sea cual fuere su destino, toda la vida tendrá que luchar por subsistir, por desarrollarse según sus aspiraciones, necesidades y posibilidades, en las esferas de lo individual y lo social. Siempre tendrá que alimentarse y procurar un mínimo de satisfactores personales de sobrevivencia para él o ella y para su familia. Y tendrá que ser parte de la organización de un país y sus peculiaridades.
El ser humano tiene la capacidad y el instinto, por mucho que la “modernidad al día” lo sepulte en las frivolidades y tecnologías de la moda en las que pierde gran parte de su percepción del mundo y hasta de su propia existencia. Esas tonterías no lo dejan pensar y lo llevan tal vez a enfoques sesgados sobre su realidad y su entorno, en lugar de permitirle analizar y replantearse lo que vive cada día. Pero quizá sea cuestión de aplicarse.
Con el coronavirus estamos en la incertidumbre, la confusión y la incredulidad, ésta última el arma más usual esgrimida por quienes piensan que no tienen gran cosa
que perder más que su supuesta libertad; por los que nada creen y sienten que van un paso adelante a las presuntas indefiniciones o confabulaciones del gobierno. Por si fuera poco, China y Chile advierten e imponen restricciones al salmón importado de Europa como principal sospechoso del rebrote de Covid 19 en sus países, lo que inquieta al resto del mundo por temor a una segunda ola de contagios.
El confinamiento ha sido recomendado como el medio más eficaz para evitar la rapidez de los contagios, pero las consecuencias también son desastrosas. Países como Suecia, que decidieron no confinar a la población, reconocen que su estrategia pudiera estar equivocada y replantean sus escenarios, mientras Europa coincide en la grave dificultad de retirar el confinamiento sin exponer a la gente nuevamente al contagio. Ese ir y venir marea, pero no dejen que se pierdan la mente y la percepción.
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