En estos tiempos, el cuidado del otro y de uno mismo, son fundamentales. Con los conocimientos que hay y los avances en la medicina y la tecnología, no es perdonable la existencia de niveles tan altos de contagio, ni el pretexto de que no sabemos con certeza qué persona en la calle, en el trabajo, en la familia, puede contagiarnos.
Si las personas contagiadas llevaran pegada en la frente una “C” visible, no habría ningún problema. Todos sabríamos a quiénes no acercarnos. Pero eso sólo ocurre en el mundo de la fantasía. Entonces usted y yo debemos estar alertas, porque existen medidas que se pueden tomar para disminuir considerablemente esta peligrosa probabilidad.
No se trata de estar muertos de miedo. Definitivamente no. Pero sí de tomar las medidas preventivas. El miedo es irracional, perturbador, paralizante. La prevención es inteligente, precavida, suspicaz, prudente. Esta pandemia ha puesto a prueba nuestra psicología a través de las emociones y los sentimientos, la convivencia y el comportamiento social, y se constata que hace mucha falta la solidaridad.
También debemos aprender a seleccionar nuestras fuentes de indagación. Si no lo hacemos, la mala información daña terriblemente la forma de pensar, sacar conclusiones y tomar decisiones personales y de grupo. Se dice que los humanos somos la única especie capaz de cometer el mismo error infinidad de veces; es decir, parece que no aprendemos de la experiencia personal. Y esto tiene consecuencias lamentables.
Son más de siete meses inmersos en la ralentización de nuestras actividades cotidianas; pero en cambio, con el trabajo en casa, se han incrementados las exigencias dentro de un mundo que no era el nuestro y de una tecnología que muchos no dominan, provocando una inseguridad que nos hace movernos desconfiados, angustiados e indecisos en el medio laboral. Otras personas, prácticas y manuales, ven incrementada significativamente la brecha de la desigualdad.
La economía mueve o paraliza a la sociedad. Por imprudencia o necesidad, eso no ha ocurrido del todo. Pero al final del camino muchas fortunas habrán cambiado de manos o de consorcios. Lo que es evidente, es que los “changarros” que existen en las calles han multiplicado sus ganancias. Qué bueno por ellos. Pero es nefasto
asistir a un servicio público sin medidas preventivas mínimas, como si todo estuviera bien y formara parte de la “vieja normalidad”.
Algo que muchos no interpretan es el estado de expansión del coronavirus. No a todos les ataca con igual fuerza, y hay quienes nada más son portadores que llevan el contagio a todas partes. Muchos mueren de manera sorpresiva y otros resisten; unos se recuperan bien y otros sufren secuelas que cambiarán su estilo de vida. Los testimonios ahí están, olvidando el turbio mundo de las simulaciones, omisiones o encubrimiento de la información.
Las preguntas ahora son hasta dónde esta experiencia deja algo en hombres y mujeres. Qué puede estar cambiando de nuestros hábitos y manera de ser. Qué clase de “naturaleza humana” se revelan en la conducta y el carácter que observamos en la sociedad. Qué entendemos por compromiso social. Qué hacen los gobiernos para mostrarnos su compromiso y arrancarnos el nuestro.
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