México en la historia es un país en controversia permanente. Aun cuando la generalización es odiosa, parece que el mexicano no se preocupa por adquirir una cultura social, abrir espacios de convivencia saludable, obtener información veraz y, sobre todo, procurar un desarrollo laboral y personal. Su mundo empieza en él y acaba, cuando muy lejos, con su familia. No le importa qué pasa con los demás ni qué sucede en el país, con la aclaración de que la reacción popular ante un siniestro es distinta a la conducta diaria ante la vida.
Si damos una vuelta por la historia veremos con tristeza que pocos gobernantes han estado a la altura de las necesidades de este país, desde 1821 hasta el día de hoy. Se pueden dar nombres y enumerar sus tendencias ideológicas, su enfoque sobre el país, si fue o no progresista, qué provecho personal obtuvo ejerciendo su autoridad, cómo al cobijo de su investidura favoreció a grupos de poder y no a la nación. Nos han gobernado muchos ineptos sin visión estadista. Cada pueblo tiene y aguanta el gobierno que se merece y soporta. Y el mexicano ha aguantado hasta la ignominia.
La lucha permanente por llegar al poder y sostenerse en él a cualquier precio, ha dado lugar a hechos bochornosos, demagogia y traiciones al pueblo a lo largo de dos siglos (Francisco Martín Moreno, “Las grandes traiciones de México”, Alfaguara, México, 2009). La forma de gobernar en nuestro país consiste en mentir todos los días y sobre todos los asuntos (Sara Sefchovich, “País de mentiras”, Océano, México, 2008).
El carácter voluble, caprichoso, prepotente, ha sido la constante en las figuras públicas. Parece que la política no es para gente decente. La democracia y el Estado de Derecho no se han podido consolidar. Afortunadamente las manifestaciones diversas y organizadas, las redes sociales, la indignación y la exigencia, no han dejado que la resignación triunfe (Juan Carlos Monedero, “Curso urgente de política para gente decente”, Paidós, México, 2015).
Han hecho de México un país “donde todo se puede”, es decir, donde la voz autoritaria del “Jefe” pesa por sobre la razón y el derecho, la sensatez y la cordura. Si bien “los que todo lo pueden” son muy pocos, su acción es a costa de las inmensas mayorías de mexicanos sin voz, sin rostro, sin pensamiento, sin dignidad. La clase media y los “don nadie”.
Las cosas públicas se debaten ampliamente en cualquier café, pero en los hechos no salimos de un círculo estrecho de vicios y malas costumbres que no cambian, a pesar de los razonamientos y la comprensión. Los referentes de ciudadanía, democracia, Estado de Derecho, proyecto de nación, instituciones políticas, desarrollo económico, reconocimiento de rasgos culturales, son utopías inalcanzables (Nora Guzmán, Compiladora, “Sociedad, desarrollo y ciudadanía en México”, Limusa, México, 2009).
Todos somos o podemos ser ciudadanos culturales, globalizados, eso sí, por una cultura mundializada. Es el México nuestro, el México que hay que conocer y reconocer, encontrar y advertir, formar parte de él y luchar porque sea mejor, mientras la opinión del ciudadano que trabaja, lucha entre tanta basura para formarse una opinión y alcanzar un criterio analítico y propositivo.
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