Gilberto Nieto Aguilar
Este título pudiera parecer superfluo. Pero yo me pregunto: ¿Será que a todo mundo le gusta pensar más allá de la rutina de sus haceres prácticos y cotidianos? ¿Les gustará el ejercicio de pensar, de razonar, más allá de lo que necesitan a diario para resolver las interrogantes de su vida familiar, social y laboral? El pedagogo, filósofo y escritor cubano Enrique José Varona, expuso que “saber dudar… nada más contrario al ejercicio normal de nuestras actividades mentales; gustamos de lo categórico, y nada nos enamora como un dogma”.
La Conferencia General de la Unesco, en 2005, proclama cada tercer jueves de noviembre para celebrar el Día Mundial de la Filosofía. La humanidad está hambrienta de pensadores claros y entendibles que le ayuden a interpretar el mundo, porque, con el paso del tiempo, la filosofía se ha convertido en una actividad marginal enclaustrada en las universidades, como un asunto meramente académico e intelectual. Su actividad es trascendental y necesita motivar pensamientos nuevos, no sólo reproducirlos.
Declara la Unesco (ONU) que “La filosofía es el estudio de la naturaleza de la realidad y de la existencia, de lo que es posible conocer,… Es uno de los campos más importantes del pensamiento humano, ya que aspira a llegar al sentido mismo de la vida… La filosofía nos enseña a reflexionar sobre la reflexión misma, a cuestionar continuamente verdades ya establecidas, a verificar hipótesis y a encontrar conclusiones... Durante siglos, en todas las culturas, la filosofía ha dado a luz conceptos, ideas y análisis que han sentado las bases del pensamiento crítico, independiente y creativo.”
Es, entonces, el momento de pensar más allá de nuestras trivialidades cotidianas, de las agitaciones de la vida moderna, de las redes sociales, la diversión inconexa, los ratos libres desperdiciados, el culto consumista de la comodidad. Los espacios del pensamiento se redujeron a épocas y grupos de élite que, sin embargo, han transformado al mundo. Unos minutos de reflexión profunda y sincera han cambiado una vida, en un ciclo recursivo que mira al pasado para convertirlo en una experiencia que haga al mundo inteligible en el presente y el futuro.
Pensar puede ser un acto de resistencia, un paréntesis en el frenesí ajeno de la vida moderna que nos arrastra. Un oasis para observar con calma crítica el exceso de información, cuya velocidad de transmisión y circulación nos rebasa; la presentación de verdades diversas, ajenas o distantes, muchas con el dardo lesivo de la manipulación, confundiendo y destruyendo sin dejar algo valioso a cambio en los esquemas mentales y psicológicos de las personas distraídas.
Decía Hegel que el esclavo de las circunstancias es esclavo porque no se conoce a sí mismo; porque no es capaz de analizar su comportamiento a la luz de lo que es y lo que quiere ser. Aprender a pensar puede ayudar a reencontrar el hábito de la reflexión, a comprender la diversidad de formas de vida, la interdependencia, el error de las posturas extremas, la duda sobre una verdad única e incuestionable. Pensar, razonar, reflexionar, no es entretenimiento de ociosos, sino de esforzados. No se presenta en estados de pereza, sino de intensa actividad mental, cognitiva y sensorial.
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